Corría el año de 1943. Mi padre era el cónsul de España en la Viena ocupada por los nazis y vivíamos encima de la cancillería, en el palacio que ahora alberga nuestra embajada.
Acudía yo a un colegio de lengua alemana del que era el único alumno español. No puedo borrar de la memoria algunos de los horrores que ese niño de pocos años veía al ir y venir de sus clases: ancianas mujeres judías, con la estrella de David al pecho, barriendo las calles nevadas; en el parque, los bancos del parque para judíos señalados con la estrella infamante en el respaldo; los famélicos israelitas pidiéndome comida a hurtadillas. Más información en este enlace.