Una de las demostraciones más exitosas de la existencia de Dios es que todo el futuro del mundo y la permanencia de la raza humana como única raza libre sobre los vivientes que pueblan la tierra sea algo tan sutil, irracional, espontáneo y transitorio como el enamoramiento. El futuro de la humanidad depende, y ha dependido siempre, de algo tan tonto como que Pepe y Mari se gusten, se enamoren y sientan el deseo irrefrenable de entregarse el uno al otro, ambos dos, enteritos. Que esa sensación subyugante dure un día, un mes, un año o toda la vida es lo de menos. El caso es que da lugar a la familia, y la familia a la sociedad. El enamoramiento no es nada, pero lo que lo provoca simplemente lo es todo.

 

Sólo a un loco o a un Dios se le ocurriría fiar todo el futuro de la creación a tan endeble fenómeno. Sólo a un loco por inconsciencia o sólo a un Dios, que no necesita defensa para asegurar lo que él mismo ha creado. Dios no planifica porque no tiene necesidad de ello. Planifica el hombre, cuya debilidad flagrante le lleva a interponer mil defensas para asegurar el futuro de sus obras… sin conseguir nunca que perduren. Dios, por el contrario, juega con el hombre y con la humanidad. Los hombres somos los payasos de Dios.

 

Pues bien, contra ese esquema aleatorio, de apariencia endeble, en el que el futuro de la humanidad depende de la caprichosa y aleatoria flecha de Cupido, pero de formidable consistencia interna, se alzan en el siglo XXI dos planificaciones: la cientifista y la feminista. En el siglo XX el enemigo fueron los totalitarismos. Si reparan un poco en ellos, descubrirán que tanto los marxismos como los fascismos no eran más que proyecciones de futuro con apariencia científica y muy, muy racionalistas: Nos decían, más bien nos ordenaban, cómo debíamos construir la sociedad y cuál era la sociedad del futuro (la construyéramos o no, que en eso radicaba su contradicción interna, pero a lo que estamos, Manuel). Ahora es la ciencia y el feminismo los que atacan lo que podríamos llamar la sociedad del enamoramiento azaroso (aunque libremente asumido, que conste). El feminismo ha decretado la guerra de sexos, una de las mayores imbecilidades que la humanidad, experta en estupideces de todo signo, haya generado jamás. Todo el esquema del enamoramiento (que, en efecto, puede resultar bobalicón) se va a hacer gárgaras. Las mujeres ya no quieren entregarse al varón, en tal caso, están dispuestas a firmar un contrato de prestaciones y contraprestaciones, un "do ut des", equilibrado, con las especificaciones bien claritas desde un comienzo. La respuesta del varón ante ese planteamiento es del mismo signo, pero de dirección opuesta: ¿Qué me das a cambio de lo que yo te doy? El ideal de entrega, servicio y unidad provoca grandes carcajadas en muchos ambientes.

 

Por otra parte, muchos científicos pretenden usurpar el papel de Dios y crear el hombre perfecto, más bien el cuerpo perfecto. La anti-utopía de un mundo feliz se ha hecho realidad. Naturalmente, los débiles, los embriones y los fetos, deben ser destruidos en aras de ese hombre perfecto, del superviviente a la gran matanza de clonaciones, abortos, FIV y otras malas hierbas.

 

Con un añadido: El científico pretende sustituir a Dios no sólo manipulando las fuentes de la vida (lo que le produce una extraña sensación de estar creando, cuando lo único que hace es transformar un material creado por Dios), sino también obligándonos a tener fe en él. Sólo unos pocos, precisamente los científicos, pueden entender los complicados (que no complejos) mecanismos de manipulación de la vida humana. En definitiva, pocos humanos son químicos, porque de química, que no de física ni de metafísica, estamos hablando. En definitiva, el buen científico nos está diciendo: Confiad en mí. No podéis entender lo que os propongo (mentira: Sí podemos entender tanto la naturaleza como la finalidad de lo que nos propone; lo que no entendemos es el intermedio, el medio con el que realiza sus enloquecidos propósitos), pero confiad en mí y prometo un hombre nuevo y una humanidad renacida. Igualito que Hitler o Stalin.

 

Y todo esto es bello e instructivo, porque así, al menos, sabemos quiénes son los enemigos del hombre del siglo XXI: Feminismo y cientifismo. Que no es poco, ¿no?

 

Eulogio López