Al parecer, Francia ha encontrado el punto medio, donde suele estar la virtud, (al menos, si reducimos todas las virtudes a la prudencia, no si hablamos de la virtud del amor) pero raramente, la verdad. La Asamblea francesa no permitirá la eutanasia, pero sí el derecho a morir. Y la cosa ha sido saludada con entusiasmo por el Gobierno español, que ya prepara su testamento vital (no sé porque le llaman vital; su denominación lógica es testamento mortal).
Esto de jugar con las palabras puede resultar peligroso. Veamos: ¿Es mala la norma francesa? No, más bien es innecesaria, pero puede resultar útil para otro fin: me explico. La norma intenta arrebatar al concepto eutanasia su parte más cruda: la eutanasia es un suicidio con cómplice homicida. El hecho de que el panfleto de Amenábar haya sido aplaudido por nuestra retroprogresía y en especial por el Gobierno español sólo significa que el Gobierno español es un majadero, pero esto no es una noticia. Lo de Ramón Sampedro fue un suicidio cobarde acompañado de un asesinato comodón. Y lo de la americana Terri Schiavo fue peor: se le dejó morir de hambre y de sed.
La ley francesa nos dice que el enfermo decidirá si no se le sigue aplicando un tratamiento para alargarle artificialmente la vida. Por eso digo que es útil: porque el truco de los eutanásicos, su amor por la muerte digna, no estriba en ninguna dignidad, sino en el miedo a la muerte. En otras palabras: si la eutanasia se ha planteado hoy como un problema es porque el pecado viene antes: el pecado consiste en ocultarle la muerte al enfermo. Un intento casi siempre fallido, dicho sea de paso, pero que se lleva a cabo de forma general en todo Occidente: médicos que mienten, enfermeras que mienten, familiares que mienten. La parca está presente alrededor de la cama, pero es la palabra impronunciable, la muerte es el tabú de la sociedad actual, curiosamente controlado por el Imperio de la muerte... sobre todo de la muerte del prójimo, claro está. Los eutanásicos juegan con la inconsciencia, y entonces actúan... sin que nadie les hay reclamado.
La ley francesa tampoco aclara el segundo gran equívoco con el que juega ese Imperio de la muerte. Vamos a repetirl es el Cristianismo, el que cree en una vida después de la muerte y en el valor sagrado de la vida, quien, no sólo no prohíbe sino que incluso aconseja, sedar a un paciente para reducir su dolor, aunque ello le reduzca sus defensas y acelere la muerte (sin pasarse, vale). E incluso, si el paciente no puede decidir (eso es de lo que el médico debe informar al paciente o a sus allegados, pero no decidir por ellos), deberán hacerlo sus allegados, no los médicos, que no son otra cosa que los técnicos, de la misma forma que los profesores no son más que los técnicos, los peritos, que ayudan a los padres en la educación de sus hijos. Pero sí, el Cristianismo y la ética aconsejan reducir el dolor. Es la orden hospitalaria de San Juan de Dios, la que en España se ha especializado en cuidados paliativos: Do you understand? Pero los cuidados paliativos de los clérigos de San Juan de Dios tienen poco que ver con Terri Schiavo, con lo del hospital de Leganés o con lo de Ramón Sampedro.
Lo que no aconsejan el cristianismo ni la ética es asesinar, ni suicidarse, ni aprovechar las inconsciencia para tomar decisiones por otro aprovechando del mayor conocimiento técnico, no decidir si esa vida merece la pena ser vivida, porque, como recuerda Chesterton es una blasfemia rezar por la muerte porque sólo Dios conoce la muerte. Y también porque, como nos recuerda Tolkien, si no puedes dar la vida no te apresures a otorgar la muerte. Y tienen razón, si esta vida es lo único que tenemos, y después llega la nada, ¿qué más da decidir por otro, se la muerte, si con ello se le hace sufrir menos? Es curioso, el auge de la eutanasia corre paralelo a la creciente resistencia de los médicos por explicar al paciente el origen, la intensidad y el futuro de su enfermedad. ¿Pro qué será?
Y hablamos de enfermos terminales. Porque en Holanda, una vez abierta la puerta siniestra de la eutanasia, ya están pensando en cargarse bebés y disminuidos psíquicos. El pobre Adolf Hitler, allá donde esté y algunos nos tememos dónde, debe estar aterrado de a dónde ha llegado el mundo. Y enfadad a fin de cuentas, él sólo optaba por cargarse a los disminuidos, no al os bebés, al menos a lo no judíos.
Además, al pobre Adolfo nunca se le habría ocurrido inventar la eutanasia preventiva, que es lo que se está gestando en España. Porque esto es lo curioso de nuestros progres: braman contra la guerra preventiva pero aplauden a quien presuntamente le ha aplicado la eutanasia preventiva a unos pacientes, a costa de decidir por ellos... nada menos que sobre su vida.
Eulogio López