Vivimos el fin del sindicalismo proletario... y del proletariado. Grabar fiscalmente la especulación y controlar la concentración del crédito en pocas manos. Y lo más importante: o Europa apoya a sus autónomos y pymes, es decir, apoya la libertad y la justicia social, o se convertirá en el nuevo Tercer Mundo
Los sindicatos europeos se manifestaron el viernes 15 y sábado 16 en las principales ciudades europeas contra la crisis económica. Organiza el sindicalismo proletario, que ha cumplido un gran papel en el pasado pero que ahora tiende a morir por la sencilla razón de que ya no quedan más proletarios que los funcionarios y una porción de trabajadores en pocas, contadas, multinacionales. Precisamente, los trabajadores menos productivos de todos.
Lo peor no es que Europa esté en crisis y haya entrado oficialmente en recesión, sino que está aturdida, sin saber qué camino tomar, al tiempo que se comporta como un boxeador sonado.
Europa está oficialmente en recesión, por el problema no es que Europa no crezca ni que haya cambiar de modelo: ¿Cómo vamos a cambiar de modelo si este modelo otorga libertad? No, lo necesario es que esa libertad económica no se convierta en un acuario en el que el pez grande se come al chico.
Por decirlo de otro modo: hoy más que nunca, en un proceso de la globalización como el que vivimos, la única función del Estado consiste en proteger a los dos peces más pequeños -familia y pyme- de los dos grandes -de la gran empresa y de él mismo, del Estado-. ¿Y cuál es la única norma que tiene el Estado de trabajar por medios casi pacíficos? A mí solo se me ocurre la fiscalidad.
Si el modelo europeo -y en teoría lo es, al igual que el americano-, es decir, el modelo occidental, es el liberalismo, no hay que cambiar de modelo: hay que corregir los abusos. Y si Europa quiere corregir los abusos y encabezar la lucha contra la actual crisis económica, que es global, debería hacer lo siguiente...
Conseguir que cada familia, y la inmensa mayoría de los individuos, acceda o mantenga una pequeña propiedad, sea dueño de su diminuto negocio, posea su propia maquina de facturar. El siglo XXI será la era de los autónomos o caerá en la peor de las tiranías: la tiranía global. En su día, un siglo atrás, los hermanos Cecil y Gilbert Chesterton, junto a Hilaire Belloc, llamaron a esto el distributismo, un sistema cuyo dogma económico era la propiedad privada como derecho, pero, ojo, una propiedad privada muy distribuida entre pequeños propietarios. Los inventores del distributismo no querían proletarios, querían propietarios, pero no grandes propietarios en detrimento de los pequeños. Traducido al lenguaje actual, hablamos de los autónomos. El objetivo final es conseguir que cada hombre, cada familia, posea una pequeña propiedad privada e invierta sus ahorros en su propiedad. Es la única forma de ganar en productividad no es la tecnología sino la pequeñez, la propiedad privada, derecho básico del hombre, justamente distribuida.
En Europa no es fácil montar un negocio, un pequeño negocio y las normas fiscales -especialmente los impuestos laborales-, así como el crédito son iguales para las multinacionales o para las empresas públicas que para las micropymes y resulta que la igualdad de los desiguales es otra desigualdad. Todo está pesando para ponérselo fácil al grande y difícil al pequeño.
Sin embargo, el pequeño es mucho más productivo y hasta las multinacionales, a las que el Estado mima, se encuentran con que su escasa productividad -casi tan escasa como la del funcionarios- les obliga a franquiciar su actividad. De tal manera que -pensamos en McDonald- son grandes multinacionales troceadas en diminutos espacios. Y lo peor del actual sistema: ese empeño por querer seguir siendo grandes pero aprovecharse de la mayor productividad del pequeño, lleva a la externalización, que es el peor de lo vicios económicos actuales: el proletario no deje de serlo, sigue trabajando para otro, con sueldos bajos, horarios, de hecho, interminables y precariedad laboral.
Es evidente que hay que ponérselo fácil al emprendedor: en cuotas laborales, cargas fiscales y facilidad de acceso al crédito, y mucho más duro a la gran empresa.
De otra forma, la aturdida Europa se convertirá en el nuevo Tercer Mundo. El peligro no es lejano. Sobre todo, porque la clase políica europea funciona bajo mínimos, compuesta por líderes de mirada chata que utilizan a la Unión Europea como una forma de aferrarse al poder en sus países y mantenerse en el gobierno de los mismos a toda costa. El presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, es el mejor ejemplo de ello. Son líderes de Europa pero no líderes europeos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com