En nombre de la libertad religiosa, Francia prohíbe a las alumnas islámicas que lleven el velo a la escuela (el velo, no el burka), que las diferencias de grado pueden acabar siendo diferencias de naturaleza. En nombre de la libertad religiosa, Estados Unidos ha decretado lo contrario: tras una polémica en un centro escolar, los tribunales han decidido que una niña musulmana tiene derecho a lleva su velo, tiene el derecho a ejercer sus costumbres. La ley francesa y la sentencia norteamericana describen a la perfección lo que cada cultura entiende por libertad. Para los norteamericanos, libertad religiosa consiste en que cada cual pueda ejercer su religión y su liturgia pública. En Francia, inventora del laicismo (aunque el copyright sea propiedad de Lutero, que no era francés), desde la misma premisa se llega a la conclusión opuesta: Como quiero respetar la libertad de todos, les prohíbo a todos la liturgia. Y el asunto resulta muy lógico. Laicismo no es independencia del Estado respecto a cualquier Iglesia, sino dependencia de las Iglesias respecto al poder político, que es cosa diferente. Y así, acabamos en el absurdo francés: para defender la libertad religiosa de todos, me cargo la libertad religiosa de cada uno.
Y el asunto no es nuevo, recordemos que el primer genocidio de la historia moderna es obra de los revolucionarios franceses en La Vendée, donde, en nombre de las libertades, en 1793, los muy ilustrados soldados enviados por el Comité de Salud Pública (muy ilustrados y muy higiénicos, como puede verse) asesinaron a 150.000 católicos, y aplicaron en toda la región una política de tierra quemada: casas, cosechas y animales quedaron reducidos a cenizas. Todo porque aquellos creyentes eran unos empecinados en mantener su fe y en no convertirse al libérrimo ateísmo de la diosa Razón, que proponía el racionalismo laicista imperante. Ya saben: a estos los hago yo demócratas, aunque tenga que fusilarles a todos.
Porque ésta es la cuestión. La libertad religiosa, como todas las libertades políticas, es, por naturaleza, pública, es decir, el objetivo no es la libertad religiosa, sino la libertad de culto. En efecto, en privado nadie puede negarme a ejercer la libertad que me venga en gana, así que no hace falta que el Estado me reconozca nada. No, es cuando salgo a la calle, cuando me tiene que reconocer, tutelar y proteger mi derecho a no ocultar mi condición de católico, musulmán o laicista. La única frontera es la de no violentar la libertad religiosa de los demás. Porque, de esta forma, en nombre del laicismo, Francia acaba de abrir la vía para cargarse cualquier tipo de libertad de culto. Por ejemplo, un cura con sotana puede resultar mucho más atentatorio contra el laicismo de la República que una adolescente con un pañuelo a la cabeza (e incluso, puede resultar más estético, al menos para mí).
Eulogio López