Desde que cometiera el ligero error de abandonar la confianza en la Providencia divina, y visto que lo del destino no daba para mucho (el postulado más serio que conozco sobre la fuerza del destino sigue siendo el viejo adagio mesetario : Es el destino, el que nace lechón, muere cochino), la humanidad sustituyó a Dios por el Estado, y esto tanto en esquemas socialistas como en liberales. El mundo se llenó de prevenciones y previsiones, Estados del bienestar, prestaciones públicos, seguros y reaseguros, protecciones civiles, guardias nacionales, institutos de planificación, y ora tontunas. Pues bien, en el Estado más avanzado del mundo, el huracán Katrina se ha encargado de acabar con todo esperan en el Estado. Los diques no aguantaron, y la atención a los heridos no ha sido mala y tardía porque George Bush no haya estado a la altura: es que ninguna administración, ninguna sociedad, hubiera estado a la altura. Vuelve a repetirse aquí lo que contaba el viejo Giovanni Guareschi: hasta que el Padre Eterno se enfada, mueve una diezmillonésima parte la falange de su dedo meñique, y hay que volver a empezar.
Eulogio López