Mientras, el precio del petróleo repunta por encima de los 70 dólares, cuando empieza a resultar rentable para el dictador Chávez.
Pocos se preocupan ya del aniversario de las bombas atómicas, pero Hiroshima sigue siendo un lamentable hito histórico porque allí se consagró la guerra a distancia. Toda la edad moderna ha sido mucho más homicida que cualquier etapa histórica anterior, no sólo porque tengamos mayor capacidad de matar sino porque nuestros homicidios son mucho más cobardes. Hasta que se inventaron los bombardeos, para acabar con el enemigo prácticamente había que olerlo. Se necesitaba, por tanto, arriesgar más. Pero ya nos contarán lo que arriesga un señor que aprieta un botón, probablemente a cientos de kilómetros, y lanza un misil que puede provocar centenares o miles -si fuera atómica- de muertos. Además, el que dispara un misil no ve las consecuencias de sus actos más que de forma virtual, por televisión, el soldado que atravesaba a su enemigo con la espada podía olerle y contemplar el resultado de su obra.
Pues bien, en pleno aniversario, y según informan a Hispanidad fuentes de la Comunidad judía española, La Casa Blanca, con un inquilino mucho menos pro-judío que Bill y Hillary Clinton, que el final del Régimen de los ayatolás debe venir de su propia descomposición interna. Como decíamos ayer, los israelíes no se lo creen, y aquí no hay diferencias entre el ministro de Defensa, Ehud Barak y el premier Netanyahu y su halcón de Exteriores Avigdor Lieberman. El mismo Barak que en Estados Unidos dice que Israel debe paralizar la colonización de la Cisjordania se planta ante Obama y asegura que permitir que los iraníes dispongan de bombas atómicas es un suicidio que Israel no está dispuesta a permitir.
Porque en Irán hay fanáticos lo suficientemente locos como para destruir Israel, y Europa, a distancia, con sólo apretar un botón y sin ver al enemigo ni de lejos.
Mientras, el caso iraní está volviendo a levantar el precio del petróleo por encima de los 70 dólares, precisamente lo que más necesita uno de los grandes productores del mundo y uno de los grandes desestabilizadores mundiales: el venezolano Hugo Chávez, dado que sus reservas de crudo son inmensas pero de baja calidad.