Primero: lo lógico es que el Papa invite a Bluf en Roma, y no Bluf al Papa en Brasil. Pero claro, no se puede invitar a una lumbrera como Bluf sin antes expulsar, a ser posible de forma ignominiosa, al pérfido Ratzinger. Bluf no puede negociar con Francisco bajo la sombra del quien osara condenarle. Nada menos que a él.
Pero la frase más genial no está en el titular de un reportero de El País ferozmente dócil ante las memeces de Bluf. No, lo mejor viene ahora. Ojo al dato: Nuestro amigo Bluf volvería a la Iglesia con la única condición de que ésta aboliera el celibato.
Naturaca: Bluf aprovechó sus profundos desacuerdos teológicos con la caverna vaticana para liarse con una exmonja (¿Con quién si no). Y naturalmente no ha de ser él quien deje a la hermana, sino los 1.000 millones de hermanos en la fe cristiana quienes cedan ante las justísimas reivindicaciones de don Bluf: "No sin mi monja".
Ahora, en serio, sin coña: estos pobres santones de la teología de la liberación son reliquias que no debemos perder. Los creó su inmensurable orgullo y los recreó su inigualable soberbia. Su mundo murió con el pasado siglo, un siglo bastante homicida, sí, pero era el suyo y ahora, pobriños, se han quedado anticuados. Tan anticuados, que solo El País les saca a escena.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com