Nunca me ha gustado la arquitectura del Franquismo. Demasiado cemento, colores fríos. Tampoco me ha gustado la ventana horizontal que configuró el desarrollismo urbanístico de los años sesenta. Prefiero la balconada vertical de la era moderna española.

Por esa misma razón, por esas mismas tendencias, no me gusta, del Valle de los Caídos, la basílica ni el frontis de la explanada, tampoco la abadía, salvo en que es un plagio de los antiguos lustros, que eso sí que me gusta.

Del Valle de los Caídos me gusta lo que simboliza -justo lo contrario que no han vendido, y el exhibicionismo de la Cruz, lo innecesario en los años sesenta y hoy más necesario que nunca. Como explica el adjunto, el Risco de la Nava no se construyó para humillar a los republicanos sino para unir a los caídos en ambos bandos. No era una obra de humillación sino de reconciliación, y el documento adjunto así lo demuestra. Tenía que ser Zapatero, el presidente que nos ha devuelto al guerra civilismo, quien tratara de cargarse un símbolo de concordia.

Y también me gusta la cruz, sus 150 metros visibles desde toda la sierra de Madrid y por los viajeros que transitan hacia el norte. Creo que eso es lo que no soportan los cristofobos. Digo que antaño no era necesario y que ahora lo es más que nunca. Lógico: en el siglo XXI a los cristianos quieren reducirnos a las catacumbas de la propia conciencia. Por tanto, para contrarrestar, tenemos que convertirnos en exhibicionistas de nuestra fe. Como la cruz del Valle de los Caídos, que no hay manera de ocultarla entre los riscos. El Valle provoca a los cristofobos el mismo dilema al que se enfrentan los asesinos: nunca saben dónde ocultar el cadáver.

Eulogio López

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