España se enfrenta a un duro recorte de las pensiones, a pesar de que la reforma se ha vendido como un triunfo.
Resulta que el estallido que debíamos temer, y que nos han mantenido oculto hasta ahora, no era tanto el de la burbuja inmobiliaria sino el de la demográfica. La reforma de las pensiones se ha de hacer no como consecuencia de la crisis, sino por que, simplemente, hemos dejado de tener hijos. Nos habíamos acostumbrado a vivir del crédito, pero cada vez nacen menos niños y aumenta el gasto social y sanitario. La Comisión Europea advierte de que el envejecimiento pone en riesgo el Estado del Bienestar en el continente. Y España, según la Organización Mundial de la Salud, será el país más viejo del mundo en 2050. Claro que el problema no es sólo nuestro.
La mentalidad materialista y antinatalista prendió como la pólvora en Occidente a finales de los años 60, pero va alcanzando a todo el mundo. Es un problema cultural. Y si las consecuencias materiales se manifiestan aquí con más crudeza, es porque la transformación de los valores ha sido particularmente rápida en España. También es cierto que en nuestra crisis hay factores añadidos, como la falta de competitividad o el lastre de una Administración llena de duplicidades. Pero el problema cultural está ahí. Baste un ejemplo: la OCDE nos sitúa a la cabeza de Europa en jóvenes que ni estudian ni trabajan. ¿Por qué se produce este fenómeno? Porque se les ha hecho romper con la tradición cultural y espiritual, y hoy carecen de fundamentos para afrontar el futuro con esperanza.
¿Creen que con alargar los años de cotización se arreglará el problema el año 2030? No, sino hay más jóvenes que los que están naciendo ahora.
Jesús Domingo Martínez