España limita al norte con África. La reconquista contuvo al Islam en África tras ocho siglos de lucha y así se mantuvo a la Europa cristiana. En el Este, Juan de Austria detuvo al Turco en el Mediterráneo, en la batalla de Lepanto, cuando los sarracenos amenazaban la misma Roma y habían convertido el viejo Mare Nostrum en un mercado de esclavos. Tras Lepanto, las aguas del Mediterráneo volvieron a ser transitables.

 

En el Norte, saltando por encima de Francia, los Reyes españoles Carlos I y Felipe II detuvieron la herejía luterana, que, en contra de los que algunos piensan, no creó la democracia americana sino los totalitarismos europeos, tanto de la Edad Moderna como del mundo contemporáneo. En cualquier caso, el catolicismo llegó en Europa hasta donde llegaron las armas españolas.

 

Por el Oeste, todo un Océano, los españoles llegaron a América y evangelizaron un continente en el primer y mayor mestizaje de toda la historia de la humanidad. Resultado: en el siglo XXI, a pesar de los pesares, casi el 50% de los católicos del mundo hablan castellano.

 

Jo, Zapatero, si al final va a resultar que la identidad española tiene algo de cristiana. Lo que le ocurre a Zapatero es que, como dicen los adolescentes, prefiere ser un borracho conocido a un alcohólico anónimo. Por cierto, muy bueno lo de la enseñanza islámica pagada por todos los ciudadanos, aunque una oportuna encuesta del diario La Razón (domingo 14 de noviembre) aclarara que tres cuartas partes de los españoles están contra la enseñanza del Islam. O sea, como el chiste de aquel necio que, visitado por los Testigos de Jehová en su domicilio, les reprendió: "Pero bueno, hombre, quieren ustedes que crea en esas cosas cuando no creo en la religión católica, que es la verdadera". A los españoles les gusta golpear al cura en cuanto tienen oportunidad, pero una cosa es ser anticlerical, casi una necesidad nacional, y otra ser tonto, y sufragar la enseñanza de una religión que siempre ha resultado tan agresiva con España, entre otras cosas porque lo consideran un territorio, Al-Andalus, que les fue usurpado por los "cruzados" cristianos, al grito de "Santigua y Cierra España".

 

En esas circunstancias, insistir en que España no sólo ha dejado de ser católica (que no, no ha dejado de serlo), parece un poco atrevido y, sobre todo, un poco tonto. Los hechos son tercos, y la historia, mezcla de hechos y de ideas, es la más terca de todas. España seguiría siendo católica durante varias generaciones aunque todos los españoles nos empeñáramos en borrar nuestro pasado. La impronta es demasiado fuerte o buena cepa no se desmiente.

 

Y es que vivimos una curiosa tendencia a borrar la historia que no nos gusta. Es una costumbre que viene de atrás. En 1820 se inauguró el Trienio Liberal. Como se trataba de gente progresista, lo primero que hacen los liberales es reponer en sus cargos a aquellos a quienes Fernando VII había cesado en 1814, a la vuelta del exilio en Bayona, y atención, pagarles los salarios atrasados (seis años, oiga usted). En otras palabras, actuar como si nada hubiera pasado, borrar lo que no gusta y rehacer la historia, dos formas distintas de caer en la misma patología psíquica: sin historia, no hay identidad, y sin identidad no hay más que vértigo y locura.

 

No es ajeno a todo esto el hecho de que ni el Gobierno Zapatero ni la Casa Real, tan proclives ambos a participar en todo tipo de eventos culturales, no hayan participado en los actos, informes, seminarios y libros con los que se conmemora (el próximo 26 de noviembre) el 500 aniversario de la muerte de Isabel la Católica. Luis Suárez, Premio Nacional de Historia, ha publicado un libro sobre la Reina, otro sobre su esposo, el rey Fernando, y ahora sale a la calle una obra sobre ambos monarcas. Sin embargo, el Ministerio de Cultura y la Casa Real, emparentada con la Católica por lazos de sangre, ni se dan por enterados.

 

En esta furia anticristiana, es el esquema ideal para olvidar que el Testamento de Isabel la Católica constituye la primera declaración de los Derechos del Hombre de toda la historia. En el Codicilo, la reina expresa que los indios americanos tienen todo el derecho a ser tratados en paridad de estima con los conquistadores españoles, por cuanto su excelsa dignidad de hijos de Dios así lo exige.

 

Pero ni en Moncloa ni en Zarzuela parecen haberse enterado de ello. Pues créanlo: el mundo no comenzó anteayer.

 

Eulogio López