Por esto ha surgido una mentalidad que acepta que el fin justifica los medios y es legítimo con tal de que sea válido para gozar de una felicidad sin medida. Pero nunca se puede justificar un medio aunque el fin sea sublime.
La salida a esta situación pasa por estar unidos al autor de todas las cosas que, por el ejercicio de nuestro libre albedrío, podemos rendir o negar la grandeza que le concierne y ahí se construye el claroscuro del libre albedrío.
El hombre ha traspapelado la felicidad, la alegría de vivir, porque se ha opuesto a dar su libertad. Por otra parte, la verdad que revolotea como una cantinela al libre albedrío, nos hará libres porque la libertad alcanza su genuino sentido cuando actúa al servicio de la verdad.
Porque o somos hijos de Dios o prisioneros de la soberbia, del erotismo, de ese narcisismo atormentado en el que tantos mortales parece que se debaten.
La libertad lleva a una gran responsabilidad que endereza toda la vida. El hombre sin libertad es como las nubes sin agua, llevadas de aquí para allá por los vientos, árboles otoñales, infructuosos, dos veces muertos, sin raíces. Donde no hay intimidad con la Deidad, se origina un vacío personal. En ese oscuro abismo, todo es opresión.
Agustín de Hipona escribió aquél maravilloso canto a la libertad: Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti. En aquel lugar ondea un himno a la libertad.
El libre albedrío y la donación no se refutan; se protegen recíprocamente. La libertad sólo puede donarse por un flechazo de amor. Por lo que una libertad sin colofón alguno, sin norma objetiva y sin compromiso, es libertinaje. Porque quiero, porque soy libre, porque estoy dispuesto a entregar mi voluntad, por todas esas razones me decido por Dios.
La libertad alcanza su significado cuando se cultiva para servir a la verdad. San Juan afirmaba que "sólo la verdad os hará libres".
Clemente Ferrer
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