(Juan 14, 15-26). El nombre de Judas, por razones de las que no quiero acordarme, tiene mala prensa entre los humanos. Y, sin embargo, es un patronímico con un origen espléndido: "Alabanzas sean dadas a Dios".

Su apellido, Tadeo, aún resulta más interesante. En arameo, idioma que aún habla unos cuantos miles de personas en vuestro siglo XX, significa "hombre de pecho robusto", vamos, un tipo del que se presume valentía y coraje. Llevo veinte siglos, aunque tengo muchos más, recordándoos que, para ser dulce, hay que ser muy fuerte. Quizás por esto, quienes en el mundo conocieron al primer Judas, no al segundo, el Iscariote, le añadieron el sobrenombre de Lebbeo, es decir, "hombre de corazón tierno".

Judas Tadeo era –y es, porque quien os habla se honra con su amistad en el Reino- uno de esos varones de una pieza, cuya reciedumbre se dejaba ver, antes que en cualquier otra cosa, en su amor al silencio. En esto poco se parecía a los tres grandes, Pedro, Santiago el mayor y su hermano Juan. Judas prefería escuchar a hablar. Pero sí resultaba muy similar a su hermano, Santiago el menor, ambos hijos de María, la esposa de Cleofás, otra de esas mujeres tan relevantes como desconocidas, por su empeño en pasar desapercibida, ajena a los momentos de gloria del Maestro pero presente en el calvario, en medio de ofensas e insultos. María de Cleofás era la madre de María Salomé, esposa de Zebedeo, abuela por tanto, de Santiago y Juan y, sin duda, la más cercana a mi Señora Miriam.

No os perdáis. En el pueblo elegido todos eran hermanos. Luego, cuando la cristiandad creó Occidente, la gran obra de la civilización humana, se empezaron a trocear las relaciones familiares. Vamos, que, en vuestro lenguaje, Judas y Santiago el menor, hermano de Cristo, eran tíos de dos de los grandes, Santiago y Juan. Santiago el menor, y el propio Judas, nunca se sintieron preteridos ante sus sobrinos, a pesar de que, como tocayos que eran, los primeros cristianos se refirieran al tío como menor y al sobrino como mayor.

El Maestro no podía sino ser hijo único, ciertamente, pero a los ángeles, quienes siempre hemos despreciado los linajes, nos asombra lo poco que las distintas generaciones han valorado el hecho de que su familia carnal, especialmente la materna, o sea, la única familia carnal posible que podía tener el Dios encarnado, tuviera un papel fundamental en el nacimiento de la Iglesia. Reparad en esto: Jesús de Nazaret era primo de Santiago el menor y de Judas Tadeo, protagonista de esta historia. El menor, tío del mayor: una jerarquía a lo divino, muy del gusto del Redentor, para quien nada significan títulos ni potestades, y que sólo atiende a la jerarquía del amor.

Pero ese parentesco no era meramente humano. Los familiares citados se dirigían al Maestro como Maestro y sabían perfectamente que su relación sanguínea como el Hijo de Dios no implicaba privilegio alguno, sólo exigía una mayor responsabilidad.

Y sí, es muy cierto, ni los apóstoles parientes ni los apóstoles amigos, tenían preparada la mollera para entender lo que los ángeles llamamos "el estilo de Dios". Vosotros, los hombres del siglo XXI, los de la sociedad de la información, aún menos. Quiero decir que Dios se hizo hombre en una remota colonia del Imperio. ¡Caramba!, vienes al mundo en el siglo cero, a redimir al género humano y, de paso, a proporcionarle al hombre el sentido de su existencia y no te instalas en Roma. La ciudad imperial no sólo era la capital del mundo, sino el centro intelectual del planeta. Y lo sigue siendo hoy, aunque de otro modo, pues vuestra civilización no es más que la heredera, a veces traidora, del mundo clásico.

Y encima, más estilo divino, se manifiesta a unos desharrapados, con perdón, pescadores, de su círculo familiar, en lugar de a los rectores del pueblo elegido. Vamos que la redención no pareció llevarse con lo que vosotros llamaríais, profesionalidad. Cualquiera de vuestros expertos en imagen repudiaría los métodos del Maestro.  

Todo esto quedó muy claro en vísperas del Calvario y Judas Tadeo fue quien planteó la cuestión. Ocurrió la misma trascendental noche, en que Jesús instituyó la Eucaristía, en el hogar  de los padres de Juan Marcos. Por cierto, no se me olvide recordaros que la Eucaristía no sólo es el Sacramento por antonomasia, es también una señal: vuestro mundo terminará cuando deje de celebrarse la Eucaristía o sea relegada a las catacumbas. Pues aquí nació.

Alrededor de aquella mesa baja en la que se habían reunido para cenar, Judas manifestó la gran paradoja del estilo de Dios ante la cual el hombre siempre se hace la misma pregunta: ¿Por qué a mí? En aquella última cena El Maestro vivió con los cuyos la tertulia más prolongada de aquellos tres años de convivencia por tierras de Israel. El Maestro explicaba a aquellos pescadores conceptos tan inaprensibles como el canto de un gorrión:

-Si me amáis guardaréis mis mandamientos.

Hasta ahí la cosa podía resultar inteligible, pero enseguida se hizo más compleja:

-… y yo rogaré al Padre y os dará otro paráclito para que esté con vosotros siempre.

Definir al Espíritu Santo como paráclito no ofrece muchas pistas al cerebro, aunque pueda proporcionárselas al corazón. 'Paráclito' es un vocablo griego que significa "el que es invocado". El asunto exigía mayor precisión para que la audiencia se hiciera con él:

-…el Espíritu de la verdad que el Mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce.

Es decir, que el amor viene antes que el conocimiento. El mundo era más inteligente que los apóstoles pero no podía comprender a Dios porque no le amaba. Los hombres no suelen asimilar esa agenda divina: primero exigen saber, luego, en el mejor de los casos, lo aceptan.

-…vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros.

¡¿Esta en mí?! ¡¿Cómo?!

En ese instante, los apóstoles como tantos hombres, cayeron en la trampa eterna de los mortales: pretendéis imaginaros a los espíritus y eso es imposible, porque los espíritus no tenemos forma ni ocupamos lugar. No podéis imaginarnos pero sí concebirnos y ¡hablarnos! Cuando dais ese salto –concebir y no imaginar- entonces os encontráis en un mundo nuevo, en el que nada pueden los expertos.

-…En aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre y vosotros en mi, y yo en vosotros.

"Jamás hombre alguno habló como éste", aseguraban los guardianes del templo, es decir, decían lo mismo que los apóstoles.

Yves que el Espíritu de Dios sólo se comprende desde el corazón, no desde el cerebro porque resulta demasiado sencillo y demasiado complejo y los sabios del mundo solo entienden lo que es simple y complicado, esto es, el mundo de la materia. Si supierais lo que en el Reino nos reímos de los intelectuales…

-El que acepta mis mandamientos y los guarda ése es el que me ama; el que me ama será amado de mi Padre y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él.

Otra vez la sucesión: primero amar, luego conocer… y conocer con certeza indubitable. En el Reino sabemos que no es el intelecto, sino la voluntad, quien lleva a la certeza y al recto juicio. Es el estilo de dios y la conclusión última es que ese método constituye la única forma posible para lograr que un ser increado resulte comprensible para una criatura.

Pero decía que fue en ese momento culmen de la historia cuando el silente Judas Tadeo introdujo la pregunta clave, para asombro del resto, porque el Tadeo no acostumbraba a intervenir:

-Señor, ¿y qué ha pasado para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?

Jesús se parecía a su madre, mi Señora Miriam, en el brillo de sus ojos castaños, que se iluminaban cuando alguien ponía el dedo en la llaga, en la llaga de su clemencia. Pero la repuesta no fue comprendida por nadie… hasta que, semanas después, llegó el Invocado:

-Si alguno me ama guardará mi palabra –insistió- y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él.

Era la renuncia al liderazgo. A Dios le importa un comino las técnicas de comunicación, que no son otra cosa que modos de alcanzar el poder y de mantenerlo. Su Majestad puede cambiar el mundo moviendo la falange del dedo meñique de su mano izquierda, pero se niega a imponer la verdad: quiere que sea el hombre mismo quien confíe en su palabra.

Con esa pauta, lo mismo da manifestarse a unos pescadores de Galilea que al Senado y al pueblo de Roma. Y también supone que la humanidad no es el objetivo de quien puede crear miles de humanidades en un instante. Lo que le importa al Ungido es cada hombre y todos los hombres. Se manifestaba el Creador ante una no muy lucida representación del género humano, la pandilla de Simón Pedro y de su parentela más próxima. Ningún Rey, ningún general, les hubiera elegido para ganarse a todos los hombres, de ayer y de hoy,  presentes y futuros, y para crear la única institución humana, la Iglesia, que ha sobrevivido veinte siglos y que se prolongará hasta el juicio de las naciones y el final de los tiempos. La mejor definición de la historia es la del Estilo de Dios: de derrota en derrota hasta la victoria final.

Lo que el Mesto quería enseñarles es que la conversión lleva a cada hombre, en algún momento de su existencia terrenal, o en muchos momentos, al borde del abismo. Un enorme barranco, y se le pide que lo atraviese volando. Se le exige confianza para romper con los parámetros del mundo. Si lo hace, habrá entrado en el estilo de Dios, en el universo para el que ha sido creado… y no se vive nada mal en ese universo.

Pero si no había quedado claro –y no había quedado claro porque los hombres sois un poco brutos-, el Maestro reiteró su promesa:

-Os he hablado de todo esto estando con vosotros pero el paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas que os he dicho.

Vamos os enseñará a dar el salto. Si leéis el Evangelio os llamará la atención que al Maestro se le entienden todas las palabras aunque no se comprendan todas las ideas. Con él no hace falta acudir al diccionario sino a la oración. "Jamás hombre alguno habló como éste". Es lógico, a fin de cuentas, es algo más que un hombre.

Eulogio López