¿Qué pasa con los fetos abortados ya sea natural o provocadamente? ¿Cuál es el destino de esos cadáveres? ¿Tienen derecho los padres a enterrar a sus hijos? Estas preguntas han vuelto a salir al debate público después de que la francesa Caroline Lemoine pasara tres años investigando sobre el destino de su hijo fallecido por aborto provocado. Tras estos tres años de investigación, el hospital de Saint Vicent de Paul de París le informó de que su hijo no había sido incinerado y que permanecía en el centro. Y efectivamente el feto abortado era uno de los 351 que se encontraban en botes de formol en un depósito del hospital.

El escándalo ha saltado en la opinión pública francesa como ya lo hiciera en la opinión pública británica por un caso similar en el que se había engañado a los padres informándoles de que su hijo había sido incinerado. El Ministro de Sanidad, Xavier Bertrand, ha visitado el depósito y ha asegurado que "las condiciones de conservación eran indignas" y que le había chocado ver los "cuerpos" en botes de formol. Bertrand hace bien en que le "choque", aunque esa es la realidad del aborto : existen "cuerpos", y algunos se introducen en botes de formol para la investigación. Otros, se trocean y van a la basura. En palabras del vicepresidente del Foro Español de la Familia, Benigno Blanco : "En realidad, resulta muy coherente con una legislación permisiva con el aborto".

En España, el tratamiento de los fetos está regulado por la Ley 42/1988 de 28 de diciembre. Casualidades de la vida, la citada ley fue aprobada el día de los Santos Inocentes. ¿Casualidad? En dicha ley se argumenta que debido a la conciencia colectiva de que los fetos abortados son destinados a fábricas de cosméticos se ha optado por una regulación que "compatibilice" la dignidad de la persona con la investigación científica. Eso sí, se prohíbe el uso comercial o con fines lucrativos de los fetos abortados.

Así, se regula que los progenitores, previamente informados, podrán autorizar a que el feto abortado -sea natural o de manera provocada- pueda ser destinado a la investigación científica. O sea, los botes de formol que tanto "chocan" al ministro vecino. Para evitar los abusos, la ley establece algunos controles. Por ejemplo, se establece que el aborto provocado no puede tener como fin la investigación y se regula que el médico que practica un aborto no puede ser el mismo que el que practica la investigación. Por otra parte, se obliga al médico investigador a informar a las autoridades competentes de los avances de las investigaciones.

El resto de fetos abortados no destinados a uso investigador, será considerado "residuos clínicos" con destino en la incineradora. A tal efecto, las autoridades sanitarias -ahora autonómicas- deberán de homologar a las compañías encargadas de realizar las recogidas y auditar que dichos restos han sido debidamente incinerados.

Esto es lo que dice la ley. En la práctica, el derecho a la información de los progenitores queda violado. Nadie sabe cuál es el futuro de su hijo, ni se respeta el derecho a un entierro digno, si así lo desean los padres. Tanto Suecia como Japón han implantado ya cementerios de fetos, pero España camina -como siempre- con retraso respecto a los países más desarrollados.

Por otra parte, en nuestra edición de 23 de abril de 2004 (ver hemeroteca), ya denunciamos el negocio intelectual del aborto : los nombres y apellidos de aquellos investigadores que están creciendo profesionalmente gracias a contar con "material" de investigación procedente de abortos provocados.

Pero donde se produce el grueso del escándalo, es en el tratamiento de los "residuos clínicos", es decir, los fetos con destino a las incineradoras. Fuentes conocedoras del caso señalan a este cronista que las autoridades locales y autonómicas no son especialmente delicadas y competentes en el seguimiento y control de esos "residuos". Y no sería difícil, porque la cifra de abortos practicados debería de coincidir con el peso de los "residuos". "No me cabe ninguna duda de que un médico que aborta por dinero no tendrá ningún escrúpulo en estirar el negocio un poco más", señala a hispanidad.com un reconocido pro vida. El problema es la ausencia de control por parte de las autoridades y aquí las consejerías de Sanidad deberían de triplicar sus esfuerzos para evitar que el tratamiento de los fetos humanos fuese indigno.

Al fin y al cabo, como señala Bertrand son "cuerpos" que han albergado la vida de seres humanos. Pequeños, incipientes, pero seres humanos que merecen un respeto. La civilización existe desde el momento en que el hombre entierra a sus muertos. El hombre prehistórico era muy rudo y poco desarrollado. No navegaba por internet, jamás podría leer este diario, que por otra parte jamás se escribiría. Pero enterraban a sus muertos. Y nosotros, "muy desarrollados", no sólo matamos a nuestros hijos, sino que nos despreocupamos del cadáver. ¿Desarrollo?

 

Luis Losada Pescador