El problema de la Iglesia es que de institución, lo que se dice institución, tiene más bien poco. El derecho canónico es una teoría muy profunda, pero como norma coercitiva (el derecho es un conjunto de norma aplicada a la fuerza, ¿verdad?) no da ni para meter en vereda a un adolescente tonto, mucho menos a un cura progre, que tienen mucha más malaleche que los adolescentes. Traducido: si un cura progre se le pone chulo al obispo, el obispo no puede hacer mucho. Puede rezar por él, corregirle fraternalmente, reconvenirle… lo que no puede hacer es llevarle a los tribunales, ni multarle, ni meterle en la trena, que es, exactamente, lo que hace el Estado   Y esta es la vía con la que los enemigos de la Iglesia pretenden acabar con ella: con el enemigo interno, el cura rebelde empeñado en condenarse junto a un buen número de feligreses. El caso que hoy revela Noticias Globales es muy sintomático. El Estado, como Julio César, corre presuroso en socorro del vencedor… disfrazado de perseguido, claro está. Y así, un cura majadero, de los que no cuelgan los hábitos porque lo divertido es "fastidiar desde dentro" (famosa frase pronunciada por una afamado canónigo progre español fallecido tres años atrás): un tribunal suizo ha decidido que el obispo de Basilea, monseñor Kart Koch no puede quitar de párroco al majadero, que se dedica a soltar todas aquellas burradas que le vienen a las mentes y que -los progre-curas suelen tener poca imaginación- y que recuerda el infantil caca-culo-pedo-pis: aborto-gays-sacerdotisas- el Papa es muy malo. Durante siglos, el Estado pretendió arrebatarle a la Iglesia el poder temporal. Fue una gran suerte, porque los casi dos siglos sin poder temporal por parte del Vaticano ha constituido la etapa de la historia con mayor reconocimiento público hacia los pontífices. Ahora bien, si el Estado empieza a administrar las parroquias y decidir qué párroco es el más adecuado para… entonces podemos encontrarnos en un aprieto. La Iglesia necesita un máximo de amor con un mínimo de Gobierno, pero también ese mínimo es necesario. Personalmente, se me ocurre una solución: recontrata en los barrios bajos de Basilea. Se contrata dos matones, profesionales, de los que no dejan huellas, y se les envía a la parroquia del susodicho, conminándole, amablemente, a abandonar el lugar y advirtiéndole que puede hacerlo por su propio pie o con las piernas rotas. El sistema no es muy caritativo, pero harto eficiente. A lo mejor es por sugerencias como éstas por las que no he llegado a obispo. Eulogio López eulogio@hispanidad.com