Una de las cosas buenas que tiene entrevistar a personas que son faro y guía de nuestra sociedad es lo que se aprende con sus respuestas, y cómo graves cuestiones e interrogantes que han preocupado y aún preocupan a gran parte de la humanidad son zanjados de manera luminosa por el genio de turno con un simple y brillante razonamiento.
Algo de esto sucedía respecto al tema de la existencia de Dios, al leer la entrevista a Alejandro Amenábar que publicaba el XL Semanal del pasado 6 de septiembre. Amenábar, que se declaraba ateo en la misma entrevista, nos contaba cómo el mayor conflicto con la religión le surgió de niño cuando se le murió un conejo que adoraba, y al preguntarle a un cura si los conejos iban al Cielo, el cura le contestó muy enfadado que los conejos no iban a ningún sitio. «Ahí vi algo que no me gustaba y empezó mi crisis», apostilla Amenábar. ¡Cuánto tiempo y desgaste de neuronas se habrían ahorrado los filósofos, los físicos, los matemáticos, los científicos, los teólogos y, en general, todos los grandes pensadores a lo largo de la humanidad, si hubieran tenido en sus infancias conejos tan adorados como el que se le murió a Amenábar!
Miguel Ángel Loma Pérez
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