Ya hemos dicho en Hispanidad que el Bosón de Higg (en la imagen) nos aporta poco acerca de la creación del universo y a la cuestión de si Dios existe o no existe.
El problema está en el salto de la nada a la existencia, no en el salto de una cosa pequeña a otra muy grande. Pero los hay que son demasiado escépticos para ser materialistas -condición mucho más seria la segunda que la primera-, que son los mismos que se han inventado la gloriosa escena de que el bosón, justamente el de Higg, se creó a sí mismo, en una curiosísima mutualidad, de rango divino, 'of course', entre masa y energía. Y eso de la autocreación del bosón, un bosón bastardo, sin padre, madre ni origen, resulta un dogma más difícil de aceptar que cualquier otro. Para eso, sí que se necesita fe, oiga, fe del carbonero y un pelín irracional, por contradictoria.
Digo curiosísima relación entre masa y energía porque me temo que para muchos de esos escépticos, que dudan de todo salvo de sí mismos, la energía no es materia sino un algo espiritual. Hombre sí, hay algo a lo que sí se parece esa concepción del bosón. No hablo de la fe cristiana sino de la fe en la existencia de lo espiritual, de lo que no es materia. Y es esto: al bosón no le conocemos por sí mismo, sino por sus consecuencias, que es lo que ocurre con la energía.
Pero entonces, ¿por qué cree en el bosón y no en lo espiritual, lo numinoso?
No es cuestión baladí, sino el gran problema de los escépticos y de los progres: se niegan a aceptar la existencia de lo espiritual -tan demostrable como la existencia de Dios- porque saben que si aceptaran la existencia del espíritu, por ejemplo en el hombre, tendrían que aceptar la existencia de seres espirituales, esto es, con espíritu pero sin materia.
Y esto es lo curioso, porque precisamente los adoradores de la ciencia empírica deberían ser, al mismo tiempo, los primeros que concluyeran en la existencia de lo espiritual, con bosón de pedigrí o con bosón bastardo. Quiero decir, que un hombre sigue siendo el mismo hombre, con su memoria, que se remonta a la niñez, a pesar de que todas y cada una de sus células -o de la composición química de las mismas- ha cambiado con el inevitable cambio constante de lo material, pero su espíritu permanece. Sigue siendo él mismo a pesar de que su materia vive en perpetuo cambio y de que cada día engulle a otros seres sin por ello convertirse en ellos. Vamos, que se come un filete de vaca y no se convierte en vaca, porque lo propio del hombre no es la materia, ni masa ni energía, sino su espíritu, su personalidad, su psicología su alma… o como quieran ustedes llamarlo.
Así que dejémonos de coñas: el bosón bastardo puede ser un gran descubrimiento científico pero nada nos dice ni sobre el origen del hombre, ni sobre su destino. Y, por supuesto, nada dice acerca de Dios.
Eulogio López
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