La guerra de Iraq fue una guerra injusta. No fue una guerra defensiva, no fue proporcionada, provocó peores males que los que trataba de solucionar. No se pueden matar moscas a cañonazos, ni se puede ir a una guerra "por si acaso", ni se pueden mentir sobre la relación de Bagdad con el terrorismo islámico. George Bush cometió un error y una injusticia con los iraquíes. Juan Pablo II le hizo responsable ante Dios, ante su conciencia y ante la historia. A ninguna guerra se ha opuesto tanto el polaco como a la de Iraq. El Papa sabía de lo que estaba hablando y presagiaba lo peor: lo que está ocurriendo.

 

Otra cosa es que, una vez provocado el mal, se hiciera necesario ayudar a que de esa guerra injusta surgiera un Iraq democrático, donde se respeten los derechos humanos, algo dificilísimo en un país islámico. Por eso, España nunca debió entrar en la guerra y, por eso, España debía ayudar con sus tropas a imponer orden y a resucitar a la maltrecha sociedad iraquí, y a la formación de un Gobierno iraquí que tome las riendas del poder y respete a los ciudadanos. Aznar no debió llevarnos a la guerra, pero Zapatero no debió ordenar el regreso de las tropas españolas.

 

El caso es que la guerra de Iraq ha provocado una oleada de pacifismo. La palabra más pronunciada es esa, paz, entendida como simple ausencia de guerra. Ni que decir tiene que no estamos hablando de paz interior: eso ya son palabras mayores, y aunque constituya la raíz de la paz exterior, lo mejor es ni plantearse el asunto. Hablamos de guerra.

 

Ahora bien, al observar cómo tantas actrices, cantantes, intelectuales y políticos suspiran por la paz (no se sabe si por fastidiar al PP o por pura convicción) se hace necesario clarificar las diferencias entre pacíficos y pacifistas. Ambos intentan evitar la guerra a toda costa, pero por caminos distintos. Personalmente, cuando he visto a Ana Torroja suspirando "por la paz, sobre todo por la paz", considerando que la paralización de todas las guerras conllevaría el final de las preocupaciones humanas… bueno, quizás convenga "darle una pensada".

 

Y cuando se oye a Carod Rovira repetir que toda violencia es mala y debe ser evitada, quizás convenga intervenir. Y cuando el nuevo presidente del Gobierno suspira por un "ansia infinita de paz" (y me temo que no se refería a la paz interior", entiendo que el infinito debe empezar a medirse. Porque, al final, definir la paz como la ausencia de enfrentamientos bélicos es tan simple como reducir el derecho internacional a la aprobación de toda intervención por la mayoría del Consejo de Seguridad de la ONU.

 

Recurramos a Clive S. Lewis, combatiente en la Primera Guerra Mundial, quien, sin pretenderlo, se convirtió en azote del pacifismo inglés de la primera mitad del siglo XX; el pacifismo más ‘intelectual' de todos los pacifismos. Lewis advertía que aceptar que la guerra son siempre malas "es aceptar que si los griegos se hubieran rendido a Jerjes sin luchar y los romanos a Aníbal, todo habría ido mejor… Si una Europa germanizada en 1914 hubiera sido un mal, entonces la guerra que evitó ese mal estaría justificada. Llamarla inútil porque no redimió el problema de los barrios pobres y del desempleo es como acercarse a alguien, que acaba de defenderse con éxito de un tigre devorador de hombres, y decirle: No está bien amigo, no has conseguido remediar tu reumatismo".

 

Y sigue Clive Lewis: "La doctrina de que la guerra es siempre un gran mal parece implicar una ética materialista, la creencia de que la muerte y el dolor son los mayores males. Yo no creo que lo sean. Yo creo que la supresión de una religión más alta por otra más baja, o incluso la de una cultura más elevada por una más baja es un mal mucho mayor".

 

Es decir, insisto: no debimos entrar en la guerra de Iraq (realmente Aznar nos metió en la post-guerra) y no debimos apoyarla, pero sí deberíamos quedarnos ahora, al menos hasta ver si es posible conseguir un traspaso de poderes y un régimen democrático en Iraq (algo muy complejo). Y también por lo que afirma Lewis: "Creo que el arte de la vida consiste en atajar el mal inmediato tan bien como podamos. Impedir o posponer una guerra mediante una política prudente, o acordarla mediante la fuerza o la habilidad, o hacer que sea menos terrible mediante una actitud de clemencia hacia los derrotados y hacia los civiles, es más útil que todas las propuestas de paz universal que se hayan hecho jamás, igual que el dentista que puede suprimir un dolor de muelas hace más por la humanidad que los hombres que creen tener un plan para producir una raza con una salud perfecta".

 

Y este último ejemplo, ¡recuerda tanto a los pacifistas genéricos!

 

El único problema del ansia infinita de paz sólo tiene un problema: no es infinita.

 

Eulogio López