El 13 de mayo de 1981, en la romana Plaza de San Pedro, un asesino profesional, el turco Ali Agca, disparaba a escasa distancia contra Juan Pablo II y se asombraba de su fallo: el Papa no moriría, y aún sobreviviría otro cuarto de siglo.

Como Karol Wojtyla dijo siempre, una mano disparó la bala y otra la desvió. Era la Fiesta de la Virgen de Fátima y pocos años después, Juan Pablo II cumpliría el deseo expresado por la Virgen a los videntes Lucía, Francisco y Jacinta: la consagración de Rusia al Sagrado Corazón de la Virgen, aunque fue diplomáticamente disfrazado como una consagración del Mundo.

En cualquier caso, ni los intelectuales más comecuras se han atrevido a negar la influencia del papa polaco en la Caída del Muro. Sencillamente, Wojtyla peleó con la fe y la palabra, y mitad desde la Plaza del Vaticano, mitad desde Polonia, tumbó la mayor dictadura que la historia recuerda, al menos por el número de seres humanos cuya libertad, o cuya vida, eliminó.

Ahora, su sucesor, Benedicto XVI ha elegido esa misma fecha, el 13 de mayo, para que la Comisión de Cardenales que trabajan en ello aprueben el Decreto de Virtudes Heroicas de su antecesor. Eso supondrá que cinco años después de su muerte, el 2 de abril de 2010, podrá empezar el proceso de canonización, con la consecución de los milagros necesarios para reconocer su intercesión, aunque supongo que, en el caso del papa polaco, el papel de mártir también es perfectamente defendible.

Ahora que Juan Pablo II ha pasado a la historia, convendría leerle como el clásico que es. Dos de los textos que mejor definen su portentosa sabiduría son la Veritatis Splendor (mucho más que Razón y fe, se lo aseguro) y la Sollicitudo Rei Socialis, aquella que hizo exclamar a algún socialista honrado -sí, los hay, en este caso Alejandro Cercas- que el Papa nos ha dejado a la derecha. Conceptos como el de hipoteca social ya no sorprenden a nadie, pero había que inventarlos. La Veritaris, no resulta menos importante, porque todo el pensamiento contemporáneo puede resumirse en una sola frase: la verdad existe. Algo parecido a decir: este ordenador en que usted lee el presente artículo es un ordenador y no una peonza. Y aunque el 101 por 100 de los lectores aseguren que una peonza, usted no deje de creer en el dogma de la evidencia: es una computadora.

Santo súbito, a lo mejor en el mismo 2010. Él no necesita su canonización, nosotros tampoco, pero es una cuestión de gratitud.

Eulogio López

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