Hasta El País, el diario de referencia para la progresía se alegra: "El BCE actúa por fin con firmeza para evitar la recesión en Europa". Ese 'por fin' y esa 'firmeza' le delatan. Se mueve en de la misma soflama monetarista del resto de los medios, con datos rigurosos pero un análisis pobre.
Su argumento principal es que las herramientas de la política monetaria (léase, tipos de interés históricamente bajos, inyecciones de capital a raudales, etc.) son las únicas que salvarán a Europa de caer en una nueva recesión o que apuntalará la recuperación.
Paradójico, cuando menos, porque la política monetaria sólo ayuda a la especulación de los mercados, voraces siempre para conseguir dinero, que es lo único que les mueve. Los mercados -a los que Draghi dio ayer jueves más alas- ignoran la economía real, la que crea riqueza y, por supuesto, las dramáticas tasas de desempleo, que sólo menguan si la economía real (no la financiera) avanza y crece la actividad.
¿Qué pasa con los grandes intermediarios financieros, los bancos Son el principal objeto de la inyección millonaria del BCE -vestida para la ocasión con las compras de títulos respaldados por activos y un programa de adquisición de cédulas (títulos garantizados principalmente por hipotecas)-, pero lo más probable es que, como hasta ahora, no emplearán ese dinero para conceder más créditos, sino que llenarán todavía más sus depósitos y seguirán especulando.Por eso es una falacia pensar que serán los mercados y el fluir del crédito los que nos sacarán adelante. La experiencia de la crisis financiera en la que estamos instalados muestra lo contrario. Mientras, los bancos centrales sueltan más y más dinero, alimentan nuevas burbujas. Como las anteriores y llevamos varias. Vendrán otras burbujas, como la de la deuda, la de las materias primas o la de las bolsas (Wall Street no ha dejado de subir en los últimos diez años). El dinero no duerme. Pero a los partidarios de la política monetaria les da igual. Insisten en la misma receta, aunque la gente se muera de hambre. Eso es lo que está pasando con la renta variable, con los bonos españoles o con el arroz chino (aunque Etiopía sufra una hambruna permanente).
Es más que cuestionable esa estabilidad de los mercados financieros, en la que tanto insisten los 'malos' hombres de negocios, a los que preocupa ese axioma, únicamente porque están ávidos de conseguir dinero con más rentabilidad y a corto plazo arriesgando poco, a ser posible, porque son esencialmente especulativos.
Es así como se está sosteniendo un sistema imposible, pero, sobre todo, injusto. Los que hoy piden tipos de tipos de interés bajos (en EEUU están al 0% desde 2008 y en Europa al 0,05% desde ayer), dirán después que habrá que subirlos porque aparecerán nuevos riesgos para que se cree una burbuja en las bolsas, en los mercados de deuda (privada y pública) y en el mercado de materias primas.
Definitivamente, la economía financista -especulativa- se ha comido a la economía real. Esa economía real es, precisamente, la que podría dar la vuelta a la dramática tasa de paro. Pero de eso, el desempleo, no se habla. Saben que en España, por ejemplo, afecta al más del 25% de la población. Y lo más grave, no hay recetas. Para los banqueros centrales -léase el BCE de Mario Draghi o la Reserva Federal de Yanet Yellen- la precariedad laboral es inevitable: dicen que como hay muchas personas que quieren trabajar, es normal que eso suceda. Y cuando eso sucede, los trabajadores cobran menos. No hablan de sueldos miserables -ni de 'mini jobs', nomenclatura germana-, aunque sí admiten, pero no le asusta, que hay un empobrecimiento general de las clases medias. Sin embargo, los bancos centrales creen que eso es normal, que pasa en todas las crisis económicas.
Mariano Tomás
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