La nueva estrella emergente en el Parlamento español es el nuevo ministro de Justicia de ZP, Mariano Fernández Bermejo, uno de esos tipos que de día se come a los niños crudos y de noche mastica cristales a la luz de la luna mientras baila descalzo sobre brasas ardientes.
Pues bien, el amigo Bermejo, persiste y resiste en la ilegitimidad del actual Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Aquel que nació marcado en el Boletín Oficial del Estado, quien anunció en su momento la creación del Consejo General del Joder Judicial, un error al que algunos seguimos resistiéndonos hoy a calificar como una simple errata. La tesis de Bermejo es diáfana: como el mandato del actual CGPJ, controlado por vocales nombrados por el PP, ha concluido, y como resulta que la composición política ha cambiado, y ahora el PSOE tendría más vocales que el PP, la cosa está clara: no está legitimado.
Así que de la curiosísima Doctrina Bermejo sobre la Legitimidad podemos extraer la siguiente conclusión: cuando cambia el Parlamento deben cambiar todas las instituciones: dirección de los medios informativos públicos, los tribunales, los cuerpos policiales, el Ejército, la Academia de la Lengua, el Tribunal de Cuentas. Con cada convocatoria electoral, un nuevo país. Empecemos de cero. La doctrina, debería ampliarse no sólo las generales, sino también a las municipales y autonómicas, además de las europeas. Yo añadiría la Secretaría General de Naciones Unidas y la Junta Directiva del Real Madrid (bueno, eso ya casi lo tenemos). Y sin ello, pues no puede hablarse de democracia.
Ahora bien, para aplicar tan inefable argumento habría que considerar los siguientes matices que, por supuesto, no anulan la Doctrina de Bermejo quien, como él mismo se ha encargado de recordar, en materia de Derecho sabe más que Lepe, Lepijo y su hijo. Yo, por ejemplo, no me atrevería ni a incoar el interdicto.
1. La más relevante: hay cosas que no se deciden por mayoría. Sin ir más lejos: mi derecho a la vida.
2. Las mayorías nunca están claras. Hay diputados y senadores que difieren de las órdenes que reciben de su partido. En otras palabras con disciplina de voto no hay democracia.
3. Mientras el ciudadano deba elegir entre listas cerradas no podrá hablarse de democracia. Los elegidos no representan ni tan siquiera a sus propios electores, sino de forma sesgada, parcial e invaluable.
4. El único sistema electoral justo es el sistema proporcional puro. A más a más, la única democracia aceptable es la democracia asamblearia. Pero ambas cosas generan problemas ulteriores.
5. La democracia por representación no puede hacer depender toda la vida pública de la aritmética parlamentaria, a su vez controlada pro el Gobierno, es decir, por un sólo hombre: el jefe del Ejecutivo. Democráticamente, al CGPJ no le otorga legitimidad el ser elegido por el Parlamento, sino el ser elegido por el pueblo, de forma directa. Y sería genial. Es más, soy de los que piensan que mientras no hay justicia popular, las perspectivas de una Administración judicial más ecuánime, que no de una justicia más justa. Eso ya es para nota.
Porque la teoría de la legitimidad, según Bermejo, no deja de ser un muy democrático fundamentalismo.
Eulogio López