Tras el aborto, la primera causa de muerte violenta en el mundo es el suicido, lo cual refleja que la especie humana responde a una serie de motivaciones muy claras: o se carga al más débil o se mata a sí mismo. Todo muy divertido.
En el Reino Unido de la Gran Bretaña, el doctor Harold Shipman, más conocido por "Doctor Muerte", tras haber conseguido asesinar a 215 pacientes (un monstruo, el tío, nadie se enteró hasta el ducentécimo décimo quinto homicidio, de la misma forma que las autoridades penitenciarias británicas no se han percatado de que se aproximaba el asesinato ducentécimo décimo sexto: el suyo), decidió ahorcarse en su celda. Y esta vez no se trató de una muerte dulce, sino de un ahorcamiento en toda regla.
Y nadie parece haber llorado su muerte. Una de las hijas de sus víctimas ha declarado: "No le echaremos de menos". La frase me parece cruel: Shipman sentía una especial predilección por acabar con la vida de ancianitas, es decir, que era un partidario de la muerte digna, un enemigo del sufrimiento, con argumentos muy similares a los que utilizan nuestros 'eutanásicos'.
Pero, como siempre, las reacciones de intelectuales y líderes de opinión han resultado las más divertidas. El Doctor Muerte, con una apariencia de profesor de Oxford al que todos le compraríamos un coche usado, se ha suicidado y los inteligentes, los 'enteraos' se extrañan por ello, se sorprenden y asombran.
Y la verdad, no entiendo por qué. La muerte es pasión mucho más atrayente que la tontuna del sexo. Por la muerte se puede tener verdadera obsesión y más preocupación que ocupación. La muerte es un verdadero vicio, donde el hombre juega a ser Dios. El mayor asesino en serie del Reino Unido disfrutaba como un loco planeando sus crímenes. Supongo que si le hubieran dejado elegir entre un crucero por el Caribe y la planificación de un nuevo crimen con la ancianita que visitaba su consulta hubiese optado por lo segundo. La mortandad de su consulta se parecía mucho a la campaña de Tony Blair en Basora, y esto le hacía tremendamente feliz. Tanto se había habituado a la muerte, que decidió terminar con la única vida que en la celda tenía a su alcance: la suya propia.
Oigan, que la cultura de la muerte no es otra cosa: es el gusto por borrar de un plumazo todo asomo de vida.
"Si no puedes otorgar la vida, no te apresures a infligir la muerte", dice el mago Gandalf de Tolkien. Ciertamente, la poquedad humana se vislumbra ahí: puede matar, pero está condenado a no conformarse con mantener la vida que le ha sido dada. En este caso, no importa por quién o por qué: lo que está claro es que le ha sido dada.
Yo comprendo al Doctor Muerte. No se lo digan a nadie, pero si no crees en Dios, ¿qué sentido tiene la vida? Sólo los que se conforman con muy poco pueden vagar en un mundo sin Dios, es decir, en una vida carente de sentido. Ahí es donde entra en danza nuestro buen doctor. ¡Eso es eutanasia y lo demás son imitaciones!
Eulogio López