Cuatro, dos, uno y cero (bueno, 0,10). Nunca el mundo libre vivió una época en la el dinero valiera tan poco. Al menos, durante la edad financiera de la humanidad, cuyo nacimiento podemos fechar en 1900 (el último gran cambio de siglo). Tras la decisión del Banco de Inglaterra de colocar los tipos de interés en el 4%, en la Unión Europea, el BCE los mantiene en el 2%, la Reserva Federal norteamericana se apunta la 1% y Japón se queda en el 0,100%, es decir, por debajo de la inflación.
El asunto tiene su interés, por cuanto, y esto es muy de agradecer, el dinero barato siempre retiene el ansia especulativa de los bancos, al tiempo que, eso sí, dispara la especulación bursátil.
Pero esta época increíble de dinero barato se coincide con otro hecho que la convierte en una época peligrosa: el imperio de los fondos de inversión y, sobre todo, de los fondos de pensiones privados. Todo el ahorro del mundo, especialmente el que tendrá que financiar las pensiones futuras, está metido en en esos instrumentos, que sólo tienen una forma de rentabilizar su dinero: la Bolsa. Bueno, no es que tengan esa única forma, pero la alternativa sería crear empresas y gestionarlas, y eso, naturalmente, no les resulta tan atractivo: lleva muchísimo trabajo y hay que estar más preparado, dónde vas a parar, para gestionar una empresa que para gestionar un fondo.
En otras palabras, la época de los tipos bajos es estupenda, pero mientras los márgenes bancarios se reducen, también se reducen las posibilidades de los fondos de pensiones para garantizar las pensiones futuras.