El concepto político de independencia se universalizó a partir de la declaración de independencia de Estados Unidos en 1776, que legitimó las posteriores rebeliones de las colonias.
Pero extender este concepto a los territorios de un mismo país se ha considerado, en todo momento, una aberración política al extremo de que después de la oleada descolonizadora de los años sesenta, la propia Organización de la Unidad Africana sentó como doctrina la intangibilidad de las fronteras heredadas de la época colonial.
Caso muy distinto es la desmembración de federaciones artificiales impuestas por guerras e ideologías totalitarias. Precisamente por el trágico recuerdo de lo que han supuesto estos sistemas ideológicos, la Europa libre surgida de la última guerra mundial decidió poner en marcha uno de los procesos más apasionantes de nuestra historia: la unión progresiva del viejo continente en el marco de un ideal humanista basado en la solidaridad y en las libertades democráticas.
El concepto de solidaridad fue también uno de los pilares que hicieron posible en España el Estado de las autonomías, consagrado por la Constitución. El problema planteado por Artur Mas supone una voluntad de ruptura de esa solidaridad entre los pueblos de España. La secesión supone romper con los lazos solidarios que nos unen, atentar contra el bien común y la convivencia.
De ahí que no sea moral ni políticamente aceptable plantear una negociación sobre este punto, lo que no significa que se rompan los cauces de un diálogo siempre necesario.
José Morales Martín