Finales de 1987. José Ángel Sánchez Asiaín, entonces presidente del Banco de Bilbao, había fracasado en su OPA respecto a Banesto, inaugurando de paso la era de las fusiones. Necesitaba otra fusión para salir del atolladero y llamó al Banco Hispano Americano, otro de los siete grandes de la época, entonces presidido por Claudio Boada. Éste enseguida hizo la pregunta clave: ¿Dónde estaría la sede central, en Bilbao o en Madrid?
-En Bilbao, respondió Asiaín, que para eso era la entidad más fuerte.
-Pues entonces no –respondió Boada.
Fuese y no hubo nada.
Pues lo mismo acaba de ocurrir con el Deutsche Bank y Citigroup. El presidente del gran banco alemán, Josep Ackermann, está en el alero por el caso Mannesmann. No es que él metiera la mano en la caja: simplemente permitió que Vodafone pagara a sus ejecutivos el dinero suficiente para que dejaran de poner pegas a la absorción, en un caso que recuerda muchísimo al de los despidos de José María Amusátegui y Ángel Corcóstegui a cargo de don Emilio Botín, hoy en la Audiencia Nacional: pagar dinero de la compañía para que el contrario te deje el campo libre.
Pues bien, Ackermann suspira ahora por una fusión que le permita una retirada aproximadamente limpia. Citigroup, el primer banco del mundo, está de compras por Europa y, aunque el dólar bajo no les beneficia, están dispuestos a hacerse con el paquebote germano. Simplemente, el canciller Schröder no está dispuesto a perder su buque insignia y exige que la sede esté en Francfort. Naturalmente, los gringos no están dispuestos a aceptarlo.
Ya saben, esto es como de la película "Cortina de Humo", de Barry Levinson: si para esconder un lío de faldas, hay que empezar una guerra; para mitigar el efecto de un escándalo judicial, merece la pena una fusión trasatlántica.