La pobreza es, para los ricos, una anomalía. Y es que es muy difícil comprender por qué cuando la gente quiere comer no toca la campanilla", decía Walter Bagehot.

Los medios informativos se han acostumbrado a presentar la alternativa entre Davos y Proto Alegre. En Davos se reúnen, siempre a finales de enero, por las mismas fechas, los representantes de las grandes multinacionales y algún que otro político, no necesariamente relacionado con la Economía (por ejemplo, la estrella de esta edición ha sido el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell)

En la ciudadela suiza de Davos se han reunido los ricos privados y en la brasileña Porto Alegre los ricos públicos, es decir, que funcionan con cargo a los presupuestos públicos. Pueden creerlo: la organización de Porto Alegre no tiene nada que envidiar a la de Davos, con una distinción: las medidas de seguridad en Davos son mucho más fuertes, entre otras cosas porque algunos personajes, llamados a participar en Brasil prefirieron viajar a Suiza para poder chillarle al "enemigo" desde la calle.

El tercer sector, las ONGs, mueven cantidades ingentes de dinero y el espectáculo mediático que son capaces de crear a su alrededor supera al del Foro Económico Mundial.

Otra coincidencia: ambos círculos son políticamente correctos. Es más, los ricos de Davos han hablado de la necesidad de casar economía y ética, así como de medio ambiente y de superpoblación. Porque ahí radica otra coincidencia: ambos, Davos y Porto Alegre aman tanto al hombre que consideran que este no debe reproducirse más de lo debido.

Por lo demás, como dos gotas de agua: dos grupos de presión, que sólo se diferencian en la titularidad de la cuenta corriente que les paga la estancia en la fría montaña suiza ¡o en el caluroso verano austral!: Ricos privados de Davos contra ricos públicos de Porto Alegre: la gran mayoría de la población del planeta está en medio de los dos.  

Sí, el conglomerado de ONGs, Porto Alegre pretende sustituir al viejo grupo de los 77, que no era más que un invento de la antigua URSS para capitanear a los hambrientos del mundo contra Occidente. De igual forma que la influencia política del G-77 desapareció con la caída de la URSS, porque a ella respondía, Porto Alegre desaparecerá, con toda su liturgia del hambre, el día en el que los países más ricos del Planeta se decidan a corregir el proceso globalizador en aras de una mejor distribución de la riqueza.

Y ambos, Davos y Porto Alegre, también coinciden en algo: les gusta lo grande, lo monstruosamente grande, lo ingobernable. En Porto Alegre suspiran por una nueva globalización basada en organismos multinacionales, en especial la ONU, que se conviertan en una especie de banco central recaudador y repartidor de impuestos. En Davos, consideran que la libertad primera no es la de los agentes económicos más pequeños, particulares y familias, sino la de las grandes empresas, que son la base de la democracia.

El diario Expansión recoge una frase oída en Davos: "En Europa es imposible que una empresa empiece con 10 trabajadores y logre convertirse en una compañía de 10.000 empleados. En Estados Unidos se puede conseguir". Y lo grave es que tiene toda la razón. Y es horrible. ¿No sería más lógico tender a crear 10.000 empresas de un solo emprendedor-empleado? La propiedad privada es maravillosa mientras sea pequeña. En cuanto crece, comienzan los problemas de justicia social.

Por eso, Davos, imbuido de americanismos, solicita reformas en Europa. Por reformas, piden despido libre, supresión del Estado del Bienestar y sueldos bajos. Y puede ser que, en efecto, la flexibilidad laboral norteamericana (donde el empresario despide sin verse obligado ni a pagar ni a explicar sus razones) deba ser considerada como algo positivo para luchar contra el paro, pero siempre que vaya acompañado de una retribución digna.

Mientras, en Porto Alegre están los partidarios de déficits públicos progresivamente crecientes para financiar, en primer lugar su propia actividad pública, y en segundo lugar todo aquello que se les ocurra financiar con tal de mantenerse en el poder. De la inflación consiguiente, que atenta contra los menesterosos, no tienen tiempo de ocuparse. Para Porto Alegre, el luminoso mundo del futuro consiste en un planeta poblado por funcionarios. Es decir, algo en lo que La Argentina iba camino de convertirse.  

Sólo hay un problema: Naciones Unidas o multinacionales no son más que las dos misma caras de una misma moneda: la elefantiasis. La tercera vía no consiste en un capitalismo misericordiosos, ni camina por la distinción entre privado y público, sino por la diferencia sustancial que existe entre lo grande y lo pequeño, entre la gran propiedad, sea capitalista o estatal, y la propiedad privada individual. Esta distinción, por de pronto, marca dos política fiscales totalmente distintas, y dos globalizaciones asimismo muy diferentes. Y lo pequeño es, en verdad, hermoso, pero totalmente ajeno tanto a Davos como a Porto Alegre.