Monseñor Antonio Cañizares  aguarda con confianza la encíclica social de Benedicto XVI. Yo también, se lo aseguro, en especial para que algunos miembros de la Jerarquía eclesiástica aprendan economía, requisito casi imprescindible hoy en día.

Lean las dos informaciones de Zenit sobre el enfoque de la crisis entre el episcopado hispanoamericano y el europeo. Los iberoamericanos hablan del FMI y el Banco Mundial, como si ellos fueran los especuladores de Wall Street origen de la actual crisis. Y no sólo eso, sino que insisten en el desarrollo sostenible -sostenible de qué- como si eso fuera una crítica al capitalismo cuando es, precisamente, una de las grandes armas del capitalismo contra el Tercer Mundo. A estas alturas todavía hay quien cree que el enorme embuste de Al Gore se realiza en defensa de los pobres, cuando es justamente lo contrario.

Lo de los obispos europeos es peor. Contemplar a un prelado defender los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas es como para que se le ericen los pelos a un calvo. Pero hombre monseñor, con todo afecto, los Objetivos del Milenio no son más que un engaño para difundir el aborto y reducir la población en el mundo, según el principio del Nuevo Orden Mundial (NOM) consistente en que para acabar con el hambre en el mundo lo más eficaz es terminar con el número de hambrientos. No me extraña que dos personajes tan cobardones, tan al servicio del NOM, como Durao Barroso y el democristiano Hans-Gert Pöttering se hayan sentido tan cómodos con las manifestaciones de los prelados.

Que no monseñores, que no: que la causa de la actual crisis son, es cierto, la ausencia de valores morales y su sustitución por valores bursátiles, ciertamente, pero conviene apuntar bien y disparar mejor. El primer pecado no es la globalización, si no la especulación; el segundo no es la apertura de fronteras sino el apalancamiento. Y ambos se resumen en la gran batalla económica -y moral- de nuestro tiempo, donde está en juego la justicia social, es la del pequeño frente al grande, no la de lo privado frente a lo público, cuestión secundaria. Los grandes gobiernos nos tan enemigos de la justicia social como los grandes multinacionales o los grandes mercados financieros y el enemigo de la Iglesia no es ni la izquierda ni la derecha, sino ambas, porque ambas se han vuelto progresistas y especuladoras. Traducido al lenguaje económico callejero, podríamos decir que el enemigo del cristianismo es el capitalismo financiero y su amigo el liberalismo de la pequeña propiedad. Una simplificación lo sé, pero una simplificación en la dirección correcta, no como la de las alusiones al desarrollo sostenible y a los objetivos del milenio, que, simplemente, son una mentira anticristiana y antihumana, pues sólo pretende reducir el número de comensales invitados al banquete de la vida.

Juan Pablo II pronunció un discurso sobre la especulación financiera que nada tiene que ver con los que dicen hoy algunos clérigos. Estoy seguro que Benedicto XVI irá en la misma línea Cuanto antes, mejor.

Eulogio López

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