La televisión puede enriquecer la vida familiar y ofrece grandes posibilidades para el bien común. Su razón de ser es el servicio al bienestar de la sociedad, debe formar, informar y entretener. Pero cuando se ignoran sus verdaderos fines, los daños son gravísimos.
Se observa que la televisión, en ocasiones, se aparta del servicio al bien común; entonces, puede dañar la vida familiar difundiendo valores y modelos de comportamiento degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia, inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso, difundiendo mensajes distorsionados, información manipulada o emitiendo publicidad que recurre a los bajos instintos del ser humano.
Las asociaciones de telespectadores y consumidores han emprendido una férrea lucha por erradicar el erotismo y la pornografía de todas las cadenas televisivas. Las familias empiezan a estar cansadas de que las diversas televisiones les ofrezcan contenidos un tanto mezquinos, en los programas así como en los spots publicitarios.
La televisión también puede producir otros desórdenes cuando se despilfarra el tiempo o se sustraen muchas horas a la vida familiar. La pasividad que la televisión genera puede llegar a adormecer el sentido crítico, nos hace más vulnerables, sobre todo a los niños y adolescentes. La actitud ante el televisor debe consistir en no encender si no es para ver un programa concreto, comer y cenar siempre con el receptor apagado y un único aparato televisivo emplazado en la sala de estar.
Por otra parte la televisión ofrece posibilidades de enriquecimiento que se deben saber aprovechar. Las cadenas televisivas deben saber que toda libertad tiene sus límites y que no son otros que la frontera donde empieza la libertad de los demás. Los contenidos eróticos y pornográficos, la utilización de la mujer y el hombre como objetos de consumo, no son valores positivos en la sociedad actual.
Clemente Ferrer
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