Sr. Director:          

La segunda vez, hace unos dos años, que estuve en S. Petersburgo (Rusia), mi mujer y yo, nos hospedamos en el Hotel Dostoievsky, en la Calle Dimitri.

Frente al hotel, está la iglesia ortodoxa de Ntra. Señora de Dimitri. Visité la iglesia donde no entraban y salían continuamente fieles que se arrodillaban ante los iconos y rezaban. Otros entregaban peticiones escritas en una hoja de papel a un pope que continuamente las leía en voz alta a la vez que manejaba un turiferario llenando el espacio de un suave olor a incienso.

A unas manzanas de allí, está el museo de Dostoievsky, con sus recuerdos. Un piso, que si bien grande, no fue la mejor residencia del escritor. No lejos de allí está su tumba en el número 20 del cementerio de Tivisjkoye, que también visité.

En el hotel, leí en inglés, uno de esas revistas que tienen para los turistas, sobre la ciudad donde resides.

En ella, me llamó poderosamente la atención un artículo sobre los últimos días de Dostoievsky.

En el artículo se detallaba cómo Dostoievski, cuando se apercibió de que su vida llegaba al final, llamó al pope de la iglesia de Ntra. Señora de Dimitri y se confesó, comulgó y recibió los últimos sacramentos como fiel de la iglesia ortodoxa. De todo esto puedo dar fe, porque lo viví yo mismo. Nadie me lo contó.

Esto me trae a la memoria otros recuerdos.

En sus Memorias, Julián Lago, narra que en un paseo por Moscú con la nieta de La Pasionaria como cicerone, le llevó a una iglesia. Ella se arrodilló y estuvo unos minutos en silencio rezando.

El escritor le preguntó qué hacía. Ella le respondió que rezaba. Le preguntó que quién le había ensañado a rezar de niña. Y ella le confió que había sido su abuela. Su abuela había sido La Pasionaria, de triste recuerdo, pero que supo conducir acertadamente las últimas curvas de su vida.

También se reconciliaron con Dios, además de  La Pasionaria, Azaña y muchos otros

Pedro Manuel Peña Pérez

pedrom@arrakis.es