Percibo una llamativa tendencia en la literatura contemporánea hacia el maniqueísmo. Y no hablo de mentes simples, sino del sector intelectual de la humanidad.
La verdad es que todo empezó con Cristal Oscuro, aquella gran película, en el sentido de que tenía un argumento, del británico Jim Henson, el creador de Barrio Sésamo. Barrio Sésamo no tiene tesis, pero Cristal Oscuro sí. En ella el equilibrio ha sido roto, no porque el mal haya vencido al bien (de hecho, Henson no tiene muy claro qué es el bien y qué es el mal) sino porque, en unos mismos seres, grandes magos, naturalmente, la parte buena y la parte mala se han divorciado, como un famoso cualquiera. Y no, la historia no cuenta el triunfo del bien frente al mal. Por contra, cuenta la fusión del bien y del mal, el reencuentro en un mismo ser libe del bien y del mal, un ser que, al parecer, queda así de lo más completito.
No es casualidad, que los personajes de Barrio Sésamo adolezcan de virtudes o defectos morales: son listos o tontos, guapos o feos, divertidos o insoportables, pero no tienen apellido ético.
Sigamos. Releo la Trilogía de Terramar, de Ursula K. Le Guin, con el aprendiz de mago Ged y su eterna lucha con la sombra... con su sombra. Estoy hablando de una de las mejores trilogías de literatura fantástica, en la época de mayor éxito de este género, que ha marcado el siglo XX, y cuya cumbre indiscutible viene marcada por el Señor de los anillos. Al final, Le Guin no puede responder al mundo que lo ha creado, no puede terminar su filosofía, y se queda con el eterno y escasamente original equilibrio entre el bien y el mal dentro de un mismo ser. La temible sombra no es otra cosa que la mitad mala del mago, que sólo encuentra la paz ¡con el reencuentro con el lado oscuro!
Hablando del lado oscur por demasiado evidente, obvio el maniqueísmo de la Guerra de las galaxias, que no deja de ser el peor de los maniqueísmos: el maniqueísmo panteísta.
Y luego está Harry Potter, naturalmente, otra saga maniquea que se cuela de rondón en las mentes juveniles (en las adultas no se puede introducir porque ya está instalado)
Porque el maniqueísmo no es un principio creador bueno y otro malo. Eso es la cosmogonía, pero no la moral, y créanme, en contra de lo que se oye en las calles, a la gente le preocupan más los Mandamientos que el Credo, la moral que la filosofía. No, la capacidad de atracción del maniqueísmo, que llegara a confundir a la preclara mente de San Agustín, no es la dualidad creadora: un dios bueno y un dios malo. Si creo en Dios, sólo puedo creer en su bondad. De otra forma, ¿para qué se habría metido a crear el mundo, un acto de bondad suprema? No, al maniqueo no le atraen los dos dioses sino la exculpación que permite los dos principios entendidos como elementos necesarios para el equilibrio personal. En definitiva, para Henson, Le Guin y Rowling lo bueno del maniqueísmo es que termina por minusvalorar el mal y, sobre todo, termina con el sentido de culpa. No soy yo el que se comprota mal, es mi parte mala que, por otra parte, se quedará muy tranquilita en cuanto se equilibre con mi parte buena
Harry Potter, en efecto, mantiene la misma esencia maniquea. Eso hace que, al abajo firmante, y me temo que a otros muchos, siempre le haya resultado más simpático Draco Malfoy que el protagonista. Es más, ¿tiene claro la autora quiénes son los magos buenos y quiénes los malos? Y sobre todo, ¿tiene claro la autora si sus buenos tienen mérito alguno y sus malos culpa reseñable? Entre nosotros, no soporto al hortera de Harry, al grisáceo Ron Wesley o a la pedante de Hermione.
Acaba de salir a mercado el sexto libre de Harry Potter, y en diciembre el cuarto estará en imágenes, lo que multiplicaría su influencia. Es decir, que el aviso pude ser pertinente.
Simplemente, pueden comprara todos los ejemplos antedichos, novela cine y TV, y compararlo con el universo de Tolkien o el de su amigo Clive Lewis, que con sus siete obras sobre el mundo fantástico de Narnia, se ha convertido en el escritor más leído por los jóvenes hispanos (su primera adaptación cinematográfica está a punto de estrenarse). En Narnia sí nos queda claro qué es el bien y qué es el mal y, sobre todo, quién ha elegido, libremente, el bien y quien ha optado por el mal. Con el mago Potter, la verdad
Eulogio López