Por eso no comprendo que el actor Antonio Banderas protagonice "El Cuerpo", y aparezca cada año en su cofradía malagueña, a los ojos de las cámaras de prensa y de televisión. ¿Qué ocurre? ¿Está haciendo penitencia ante el mayor loco ensoberbecido de la historia, un hijo de artesano de Nazaret que tuvo la osadía más aberrante de toda la humanidad, la de hacerse Hijo de Dios, que mintió a la humanidad diciendo que iba a resucitar y no lo hizo, que no era hijo de Dios, sino un oligofrénico empeñado en obligarnos a adorarle?
Una de dos: o cree que Jesús es Hijo de Dios o no eres cofrade de Semana Santa, organización dedicada al arrepentimiento, la penitencia. Puedes ser James Cameron, que no es cofrade, sino un personaje -creador e investigador, que diría ZP- que tras el éxito de Titanic no se le ocurre nada por epatar, y entones pergeñas un montaje para escandalizar a los tontos. Puedes ser un Mikel Lejarza, el director de A-3 TV que, ya forrado de dinero, se dedica a arrearle a la Iglesia -deporte secular e inveterado- no sólo para relanzar la audiencia, sino por molestar. Pero que yo sepa, ni Cameron ni Lejarza son cofrades. Banderas sí que lo es. El famoso actor afirma que no se puede renunciar a sus raíces, pero lo que no se puede hacer es pervertir las raíces, blasfemar de ellas. El admirado hombre de Hollywood manifiesta el valor de las tradiciones, pero las tradiciones se distinguen de las modas en que su origen es cierto y por eso permanecen en el tiempo. Si no permanecen, es pura moda, puro folclore. Y todavía hay algo peor que el ateísmo: la conversión de la fe en moda.
Porque esta incompatibilidad menor de la que hablo es hija de una incompatibilidad mayor -creo- o, al menos, más periodística. Veamos: la coherencia no es -solamente- una cuestión ética, es una cuestión filosófica, y la incoherencia es, sencillamente, el final de la lógica. Sin coherencia, no estamos en el pensamiento débil sino en el fin del pensamiento. Se me ocurren tres tipos de coherencia: entre lo que se piensa y lo que se dice, entre lo que se dice y lo que se hace, y entre los principios que se defienden hoy y los que se defendieron ayer, al menos si no ha mediado un proceso argumental razonado y razonable que justifique el cambio.
Ahora bien, el tener bailando en la cabeza filosofías distintas, al menos varias de ellas contradictorias, va más allá de la incoherencia: es el final del hombre como ser libre, esto es, como ser racional. En definitiva, es la abolición del hombre... querido cofrade Antonio.
Eulogio López
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