Sr. Director:
Son definiciones o expresiones que dan mucho rédito a organizaciones que, bajo el significado grande y noble de ser representantes de los trabajadores y de estar liberados, y por tanto pagados por todos los contribuyentes, sean de la ideología que sean, creyentes o ateos, utilizan en su discurso cada día más vacío de contenido útil y ejemplarizante para toda la comunidad social española.

 

Sólo la mala educación y los instintos más primitivos y desvergonzados pueden surgir por bocas que están siendo alimentadas por ésos contribuyentes en su conjunto, pretendiendo dar palos a aquellos que no están, a pies juntillas, firmes, en la obcecada y trasnochada ideología que por el paso del tiempo y su demostrada ineficacia ya no cuenta si no con las dudas de todo este gran pueblo al que han contribuido a poner a los pies de los caballos, con su dejación de cumplir con su función social.

La función, sin duda, a que todos estamos llamados a ejercer en aras de una vida serena, sin más alteración que la inevitable por causa de fuerza mayor. Ya no se trata de luchar para que los obreros no sean despertados a latigazos antes de que aparezca el sol y que cuando, entrada la noche ya oscura, lleguen al lugar de hacinamiento, sin fuerzas, con un panorama ante sí desolador total, para sus familias y todo su entorno.

Se trata de trabajar por el equilibrio económico-social que permita afianzar todo lo avanzado por los derechos del trabajo, que permita que todas las personas en edad laboral puedan hacerlo optando por ello, o bien quieran simultanear un trabajo que les permita no ser una carga ni social ni familiar y estudiar para superarse.

En resumidas cuentas, ésa libertad de elección a cambio de un salario que permita al ciudadano de a pie vivir sin tener que añadir a su esfuerzo el plus del voto o agradecimiento al señorito de turno que explotando esas expresiones, cuando ven las orejas al lobo, quieren justificar su inoperancia y prebendas que, como digo, pagamos todos.

Me mueve hoy a hablar el rasgado de vestiduras de quienes explotan su ubicación actual en la izquierda con distintas siglas pero que conforman, fácticamente, el mismo partido (PSOE) por la reforma laboral. Yo les quiero preguntar ¿qué han hecho ustedes y los empresarios para llegar al consenso y diseñar dicha reforma? ¡Ése es su trabajo!

Si ante nuestras narices tenemos un quirófano con alguien a quien tenemos que salvar la vida mediante una operación de alta cirugía, a vida o muerte como se suele decir, no podemos pensar en emplear métodos ideológicos si no en los correctos para lograr el fin. Y lo mismo digo a los empresarios. Alguien tenía, y debía, coger al toro por los cuernos.

No están legitimados para protestar ahora quienes, entre otras cosas, han callado el sueldo de Don Rodrigo Rato por estar en connivencia con ese abuso y cobrando 180.000, 400.000 (cuánto más azúcar, más dulce) euros anuales por ser miembro del Consejo de Administración de Bankia, la cual está, o debiera estar más para otras cosas, como las demás cajas de ahorro y demás entidades financieras.

Pero ¿cuándo vamos a adquirir la vergüenza mínima para que la sociedad que formamos tenga prestigio? ¿Qué más da el bolsillo o la caja a la que vayan esos cientos de miles de euros?: salen de los contribuyentes y los impositores que en su fuero interno no tienen seguridad de que su patrimonio depositado, en la mayoría de los casos como fruto de toda una vida de sacrificios y privaciones, sin conocer lo que es un crucero, ni una mariscada, ni una cena o comida de 300 euros, no pueda, si empeoran las cosas, verse malogrado.

Tanto despropósito es necesario que desaparezca. Lo que tenemos que conseguir es que en España los políticos y sindicalistas, todo aquél que viva de los impuestos de toda la clase media, conozca la diferencia entre honradez y deshonra y la existencia del verbo dimitir como ocurre en Alemania, Reino Unido, EEUU, etc., y tengan, permanentemente, los pies en la tierra. Un señor que lleva 20 años sin trabajar y es medio de financiación inadecuada, por mucho que digan ningunos estatutos, no los tiene.

Tampoco las mujeres que, como Elena Valenciano, han desarrollado toda su actividad productiva a la sombra de un partido político. Ni ningún hombre, ya lo hemos visto con ZP, y menos cuando sabe que la reforma obedece a la situación provocada por la crisis mundial, pero también a la invalidez permanente absoluta demostrada por el Gobierno del partido al que representan para afrontarla, las exigencias de la realidad a la que nos ha abocado y no al empleo de instrumentos ideológicos. La realidad y Europa mandan.

Isabel Caparrós Martínez