¿Y si Dios está en el cerebro? Se pregunta el diario El País, nada menso que en portada. En el interior, la pregunta ya se ha convertido en respuesta: Dios habita en el cerebro.

Insisto, desde que el diario de PRISA está controlado por el lobby gay se nos ha vuelto de lo más científico.

La pregunta es profunda, naturalmente, y nos retrotrae a la versión antigua del alma neuronal, el nuevo hallazgo de la progresía que últimamente piensa en Dios más que los creyentes.

El subtítulo es muchísimo mejor: Hallazgos neurocientíficos -ya no sólo científicos, si no neurocientíficos- explican por qué el hombre se refugia en las religiones. O sea, algo parecido a concluir que el hallazgo del nuevo planeta SETNA servirá para curar el virus del sida.

Pero la cosa promete. Ojo al dato: Cualquier religión tiene un núcleo de creencias sobre agentes no físicos. Quizás por eso, las civilizaciones más antiguas, y desde entonces, todas las religiones y filosofías, salvo la progresía, inventora del materialismo práctico, han identificado espiritualidad con religión, y han distinguido, incluso muchos ateos, lo material de lo inmaterial. Toda religión es numinosa, de la misma forma que todos los seres humanos tienen dos piernas: salvo error u omisión. Los hallazgos neurocientíficos  dan para eso y para mucho más.

Palabra que no me invento nada: la grossen chorradem -dos páginas, oiga usted- asevera, sin despeinarse, lo siguiente: Un espíritu es un tipo de persona, sólo que atraviesa paredes. ¡No hombre no!, eso no es un espíritu, eso es Casper el fantasmita de Spielberg.

Los espíritus, y esto no lo sé por la pseudociencia, son los entes que conocen y aman -e incluso que ignoran y odian, como los autores de El País-. No atraviesa paredes sino que, como tales espíritus, están fuera del tiempo y del espacio, de las cuatro dimensiones. Y no hace falta ningún hallazgo neurocientífico para concluir su existencia, por ejemplo en el ser bípedo llamado hombre. Entre otras cosas, porque si Dios fuera el cerebro, y el alma neuronal, cuando desaparecieran todas las células de mi cuerpo -que se renueva cada siete años, más menos- yo sería otro. Por ejemplo, sería las vacas, pollos y verdores que me he comido desde mi más tierna infancia.

Pero no, sigo siendo el Eulogio, porque tengo un espíritu que permanece por encima de los cambios materiales -incluidas las neuronas que también cambian o, en cualquier caso, cambia su composición química, material- y recuerdo que yo era yo a pesar de que ni una sola de mis células es la misma que antaño. Por eso el espíritu tiene memoria, y sus facultades son las intelectivas y las morales, producto de la libertad.

Más tontunas, esta vez invocando el pobre Carl Sagan: El universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas. Sesuda afirmación que confunde la naturaleza con el tamaño, la dimensión con el origen y la gimnasia con la magnesia. Y más: Los ritos se basan siempre en alguna secuencia de actos arbitraria, obligatoria. ¿Arbitraria y obligatoria? ¡Qué cosa más rara! Aunque resulta aún más campanudo lo de ritos y secuencias, porque sólo los autores progres de El País conocen ritos que no sean secuencias o símbolos que no sean arbitrarios.

Hace 50 años, estos argumentos no se consideraban elevados, sino primarios. Por eso, hace 50 años -sin MBA algunos que llevarse al currículo- a nadie se le ocurría  la solemne majadería que hoy puede leerse en El País para intentar justificar, no ya la vida sin Dios, sino las vidas sin espíritus. Porque, se lo aseguro, nada de lo escrito aquí es teología, y por su espíritu primario, ni tan siquiera filosofía. Ambas ciencias se mueven en otros niveles, más elevados o más profundos. Y la neurología, también. Uno comprende que el progre-cientifismo es tan tonto, tan primario, confunde la nada con el vacío y a los espíritus con los fantasmas, pero los demás no tenemos culpa de ello. La culpa es de la ignorancia y de la pedantería, que supone algo así como acercar el fuego a la gasolina.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com