La falta de seguridad jurídica marca todo el proceso. Toda inversión en el mundo hispano se está provisionando desde su inicio al 100 por 100. Hasta las concesionarias estaban pensando en abandonar países, como Argentina o Brasil. Para el empresariado español, Iberoamérica ha dejado de ser tierra de promisión y no esperan el menor cambio. El Gobierno Zapatero no defenderá a otras empresas que no sean Telefónica o Repsol YPF. La diplomacia económica española continúa con el PSOE igual que con Rato: muerta.
Vivimos un cambio de era. La empresa española, que durante 10 años se ha convertido en el primer inversor directo en Iberoamérica (por detrás de Estados Unidos en el ranking global, pero es que ahí se computa la especulativa inversión de cartera), está empezando muy seriamente en hacer las maletas para volver a casa. También las concesionarias de servicios (agua, luz, gas, telefonía, etc), a pesar de que el abandono de este tipo de negocio puede conllevar pérdidas multimillonarias. Estamos viviendo un verdadero cambio de ciclo. Desde hace dos años, toda inversión en Iberoamérica de SCH, BBVA, Telefónica, Gas Natural, Agbar, Endesa, Iberdrola, Fenosa, Endesa, etc, va acompañada de la correspondiente provisión de fondos.
La razón es siempre la misma: la falta de seguridad jurídica, que, traducido al román paladino, no significa otra cosa que falta de seriedad. Por lo general, especialmente en las concesionarias. Las empresas se comprometen ante el Estado a realizar inversiones y el Estado a permitir unas tarifas adecuadas. El problema es que Iberoamérica sufre un ataque de fiebre populista, en este caso de izquierdas, una nueva ideología que ha dado en llamarse indigenismo, que lidera el petróleo de Hugo Chávez y que ha presentado una falta de seriedad en las relaciones comerciales. Los principales inversores españoles afirman que ni tan siquiera Chile y México se salvan de este ataque de frivolidad mercantil y de falta de cumplimientos en los compromisos políticos. Y Chile, siempre fue considerado el país con más seguridad jurídica de toda la región iberoamericana.
En la Argentina, Néstor Kirchner juega a montonerismo pacífico, si es que no incurrimos en contradicción. En Brasil, el Gobierno federal de Lula tiene fama de seriedad, pero la mayoría de los contratos en aquel país gigantesco se firman con los Estados regionales, y la seriedad de estos es de nivel muy inferior. México es un país pendiente de reformas, que el presidente Vicente Fox, sin mayoría parlamentaria, no ha logrado sacar adelante.
El caso boliviano es el más dantesco de todos. El país más pobre de Iberoamérica, sentado sobre una bolsa de gas cuya venta podría mejorar su nivel de vida, se niega a explotar esa materia prima, esa mina de oro. Pues bien, su Gobierno no puede comercializar ese gas porque el indigenismo cocalero se ha apoderado de las calles y se niega a que vendan su riqueza al gringo.
Ese mismo populismo indigenista está alentando, o al menos no combatiendo, la subversión terrorista en Colombia, lo que no predice nada bueno de la inversión. Al final, lo cierto es que ya se ha impuesto la norma de que todo euro invertido en Iberoamérica exige dos euros de aportación: una, la inversión y otra, la provisión para el caso de que sea necesario hacer las maletas.
Además, el antiamericanismo ha degenerado en occidentalismo en Iberoamérica, también en antiespañolismo. En este caldo de cultivo, no ayuda mucho la actitud del Gobierno Zapatero, que cada vez que cruza el charco se dedica a reprender a sus empresas en lugar de defender sus derechos ante los Gobiernos iberoamericanos. La famosa diplomacia económica, que con tanto ahínco practican norteamericanos y franceses, no existe en el caso de España. Nuestros embajadores se distinguen por su puritanismo mercantil: no les gusta nada hablar de dinero. Y esa situación no sólo no ha cambiado desde el Gobierno Aznar al actual Ejecutivo, sino que la abulia se ha intensificado.
Eso sí, sólo hay dos empresas por las que el Gobierno Zapatero está dispuesto a luchar: Telefónica y Repsol YPF. Esas sí son estratégicas para Zapatero. Pero, al parecer, ninguna otra más.
A todo esto, ¿qué piensa el indigenismo populista sobre su propio futuro? Pues, muy sencillo, que el socio económico preferente debe ser China, un mercado idóneo donde colocar todas sus materias primas. Y al parecer, no les va del todo mal con el sistema.