Blair acaba de propinar una sonora bofetada a franceses y alemanes, empeñados en codirigir a toda Europa por el método de la invasión económica (mucho más eficaz que las invasiones militares). No piensa convocar referéndum sobre el Tratado Constitucional, lo que supone la puntilla para la Constitución giscardiana (laus Deo), pero afirma que para europeísta él. Sólo que los referenda francés y holandés han desembocado en una situación en la que lo ciudadanos europeos están preocupados por una serie de problemas y los líderes políticos por otros. Muy cierto. Como ya hemos recordado en estas páginas, la Unión Europea es un chollo para la clase política, pues reparte un sinfín de cargos estupendamente remunerados. Reparen en que los tres socialistas que pudieron suceder a Felipe González, son hoy viejas glorias que han encontrado su salario (y qué salarios) en Bruselas: Javier Solana, José Borrell y Joaquín Almunia.
Y Europa también es la coartada perfecta para dirigentes nacionales: de Europa vienen los fondos, pero también las píldoras amargas que permiten obligar a los agricultores, por poner un ejemplo, a apretarse el cinturón y a los operarios de servicios a apretarse el cinturón sin que el palo provoque una revuelta de tales dimensiones.
Y así, tal y como recuerda Blair, los países que aprueban el texto constitucional por referéndum son menos que aquellos donde es el parlamento el que vota, es decir, la clase política (y donde el Tratado es aprobado por unanimidad). Y aún surgen profundos analistas, como el español Darío Valcárcel, al que no se le caen los anillos cuando afirma que la votación parlamentaria es aún más democrática que el referéndum: ¡Y olé! Blair hace bien en denunciar el despotismo ilustrado franco-alemán, que considera al pueblo soberano como esa lamentable jauría a la que hay que engañar para que preste su asentimiento -meramente formal, no nos engañemos- para que ellos, los sabios dirigentes, logren mantenerse en la cumbre. Porque ellos, saben mejor qué nadie qué es lo que nos conviene.
Sí, Blair hace bien en recordar que holandeses y franceses han dejado claro que los sentimientos de los europeos poco tienen que ver con los de sus líderes, pero hace mal cuando entra en el porqué del voto negativo de los ciudadanos. Sufrimos una serie de problemas con el empleo, el impacto de la globalización, la inmigración o el crimen organizado. Y claro, para arreglarlo deberíamos contar con un sólido modelo social, pero que se adapte al mundo actual. Traducido : no queremos el Estado del Bienestar y queremos el despido libre.
La verdad es que el Reino Unido es el país que más se parece a Estados Unidos. Fueron los inventores el Estado del Bienestar, con un Estado ciudadano de todos desde la cuna a la tumba, pero el huracán Thatcher acabó con ello. Hoy en el Reino Unido existe algo muy parecido al despido libe, el transporte urbano escasísimo, y apenas hay diferencia entre alimentos de primera y de tercera calidad: todos son tremendamente caros. Y lo mismo ocurre con los alquileres.
Eso sí, a cambio, el salario medio inglés supera en más de un 50% al español y el desempleo es de corte americano : un paro técnico del 5%.
Blair no quiere ser solidario con la Europa el Este, y quiere flexibilidad laboral pero, eso sí, con unos salarios que no pueden proporcionar muchos países del sur y el este de Europa. Si lo comparamos con España, podríamos decir que los españoles no hemos hecho otra cosa que apretaros el cinturón. La diferencia de salarios ni tan siquiera se corresponde con el PIB por habitante. Por ejemplo, el PIB por habitante en el Reino Unido, sobre una base 100 para todos 25 países miembros de la UE, se situaría en España en el 98%, mientras que en Gran Bretaña se eleva hasta el 119%.
En definitiva, es verdad que los eurócratas se han alejado tanto del pueblo que ya ni saben dónde está éste. Pero no es verdad que Europa deba flexibilizar su modelo social. O, al menos, debe imponer flexibilidad a cambio de una nivelación de rentas. En otras palabras, a cambio de que los países más pobres eleven sus condiciones salariales y que los países ricos apoyen la mejora de infraestructura de los nuevos entrantes.
Porque el problema real no es que la gente acabe por cogerle manía a sus políticos: siempre se la ha tenido. El problema es que la gente acabe por cogerle manía a los europeos, habida cuenta de las vergonzosas diferencias de salarios y calidad de vida en los distintos países miembros. Porque, justo en ese momento, lo que estará en peligro no es la Constitución Europea cuyo entierro muchos esperamos con entusiasmo) sino el proyecto mismo de unión europea. Y eso, queridos niños, resulta mucho más preocupante.
Eulogio López