La multinacional farmacéutica Glaxo se enfrenta a uno de sus procesos judiciales más peligrosos. Se le acusa de que su fármaco antidepresivo Paxil ha resultado contraproducente, especialmente entre jóvenes y adolescentes. Es más, ha provocado más depresiones y, en algunos casos, suicidios.

 

Independientemente de la eficacia del fármaco, el caso Glaxo supone una bofetada a ese ateísmo científico tan a la moda que habla de "alma neuronal". Resulta que el hombre es una mezcla de cuerpo y espíritu en una proporción y según unas condiciones que nos resultan tan desconocidas como inabarcables. Un fármaco antidepresivo puede ser muy útil para evitar la depresión, el sinsentido, y la desesperación, en suma, la tristeza, pero incide sobre el cuerpo, no sobre el espíritu. Sólo los que creen en el espejismo del alma neuronal, es decir, en la tontuna del materialismo más extremo, pueden ser tan ilusos como para pensar que un fármaco puede curar la tristeza. Es cierto que muchas enfermedades del alma proceden de una carencia física, incluso puede tratarse de una mera falta de glucosa, pero también lo es que nada material puede incidir, si no es de forma indirecta, sobre algo espiritual.

 

Dicho de otro modo, el éxito de un fármaco depende de dos elementos: del propio fármaco y del paciente. Al menos uno de ellos no es "objetivo", no es un reloj. Por tanto, las enfermedades espirituales sólo se curan con medicinas espirituales, por lo general, el afecto y la palabra. Por eso, es muy probable que el ahora famoso Paxil pueda resultar todo lo eficaz que la ciencia puede ofrecer. Pero depende de a quién se aplique. Eso es tanto como decir que su virtualidad no la aceptaría ningún instituto de certificación de calidad.

 

Total, que no hay ateísmo más absurdo que el ateísmo científico.

 

Eulogio López