Lo único que me asombra de la sociedad actual, por lo demás vegetativa y adormilada, fácilmente manipulable, poco romántica y bastante aburrida, es precisamente eso : su escasísima capacidad de asombro.

Les cuento. El 12 de agosto de 1962 estalló una bomba en la Basílica del Valle de los Caídos, en las afueras de Madrid, donde está enterrado José Antonio Primo de Rivera y, desde 1975, Francisco Franco.

Como la policía no encontraba un culpable, le cargó el mochuelo a Francisco Sánchez Ruano, que tuvo a bien pasarse 28 años en la cárcel. Ahora, tan sólo 42 años después, los verdaderos autores del crimen han tenido el detalle de visitar a Francisco Sánchez y decirle fuimos nosotros. Paquito no se lo ha tomado mal y, un poner, en lugar de emprenderla a bofetadas, ha comprendido que lo hicieron para luchar contra la dictadura, y que él ha jugado el papel de héroe, pasándose en la trena un cuarto de siglo para que los enemigos del Régimen pudieran dedicarse a la lucha por la libertad y esas cosas.

Ese nosotros eran el español Antonio Martín y el francés Paul Desnais, quienes ahora han confesado, eso sí, a través de las páginas de El País, un periódico siempre comprensivo con este tipo de gamberradas juveniles, como poner una bomba, siempre, eso sí, que la bomba la ponga un tipo de izquierdas. De otra forma, naturalmente, estaríamos hablando de terrorismo fascista.

Naturalmente, cuando trincaron al infeliz de Sánchez Ruano, pobriño, Antonio Martín ni pensó en entregarse. Y hoy, 42 años después, sigue pensando que hizo bien. Escuchémosle: No arreglaba nada, nunca lo habrían soltado. No me arrepiento, son cosas que pasan en una guerra. Yo, en ese momento, pensaba en otras acciones.

No sé si lo han cogido. En primer lugar, no le habrían soltado. En segundo lugar, la guerra todo lo justifica, hasta que un pringao pague por tus acciones. Es como los efectos colaterales de las guerras actuales. Lanzamos un misil al enemigo, sólo que al lado del cuartel había una escuela: No podíamos evitarlo. Es la guerra. Y en la guerra, como en el amor, todo está permitido.

Con exquisita simplicidad, El País nos explica que, como no habría servido de nada, y como además se trataba de luchar contra el pérfido franquista, Antonio, nuestro héroe, volvió al año siguiente a colocar otra bomba en la Dirección General de Seguridad. Como no habría servido de nada levantar la mano para entonar el mea culpa, Martín volvió a emigrar a Francia, sólo que esta vez los dos inculpados, Francisco Granado y Joaquín Delgado, no se pasaron 28 años en prisión, sino que fueron ejecutados a garrote vil, que, al parecer, resultaba mucho más práctico, siguiendo el filosófico principio de que muerto el perro, se acabó la rabia.

No sé si Antonio Martín habrá visitado a los descendientes de Granado y Delgado, como acaba de visitar -intuyo que no para chotearse, aunque sí para salir en El País- a Francisco Sánchez Ruano, quien, nobleza obliga, se ha retratado con quien le envió 28 años a prisión por razones de Estado y en defensa de la República.

Y no se crean que Antonio, nuestro formidable luchador por las libertades, se ha dado mucha prisa en advertir a su víctima (esta sí que fue víctima). Por ejemplo, podía haberlo hecho un día después de instaurarse la democracia en España. Pero no, ha esperado cerca de 30 años, supongo que por si acaso debía volver al oficio y colocar alguna bomba, qué sé yo, en la casa de algún vejestorio ex ministro de la ominosa dictadura.

Antonio Martín es otro, y son legión, de los que afirman que no se arrepienten de nada. Por lo general, este biotipo moral obedece a un solo mandamiento : Está bien lo que yo hago, y está bien porque yo lo hago. Si observan a su alrededor, se darán cuenta de que hay muchos tipos de su calaña. Con ellos ningún cambio, ninguna mejora, es posible, porque si no son conscientes de hacer nada mal, ¿por qué puñetas habrían de cambiar, es decir, de progresar? Y así se cierra el círculo, y nos encontramos con que el progresismo es el gran enemigo del progreso. Eso sí, por un reportaje en El País, ha tenido la delicadeza de advertirle a Sánchez Ruano que, lo que te vas a reír, Paquito, resulta que la bomba en el Valle, por la que te jorobaste 28 años en el talego, la pusimos nosotros. ¿No es para morirse de risa?

Estamos ante la figura del partisano irredento. En efecto, ¿cómo se puede redimir a quien considera que no necesita redención alguna?

Y a El País le parece de fábula, oiga usted. Como a Francisco, y a lo mejor a Granado y Delgado. Sólo que a esos no les podemos llamar a testificar. Seguramente se murieron de risa con el verdugo, pensando que había un tercero, el verdadero autor, luchador por la libertad, como creo haber dicho antes, que en algún lugar oculto se estaba regodeando con los monumentales héroes de la policía franquista. ¡Ay verdugo, si tú supieras!

Por cierto, como todo es bueno para el convento, El País concluye su artística puesta en escena recordando que nuestro partisano irredento, así como el pardillo de Antonio Martín, exigen al actual Gobierno socialista, el de Rodríguez Zapatero, que revise todos los juicios del Franquismo. Los juicios, que no los delitos cometidos durante el Franquismo, porque entonces habría que trincar a nuestro formidable partisano. Y claro, eso entró en la amnistía. 

Eulogio López