El temor a una crisis crediticia golpea a las bolsas mundiales, reza el titular del diario económico Cinco Días, un buen resumen de la orientación de toda la prensa económica e internacional, tras la fuerte caída de todas las bolsas, incluidas Wall Street. La burbuja inmobiliaria, muchachos, el terror que nos amenaza.

Ahora bien, ¿es malo que caiga la bolsa? ¿Es malo que estalle la burbuja inmobiliaria? Pues según para quién. Lo que no acepto es el argumento circular al uso, que podríamos resumir así: si la bolsa se derrumba no sólo se derrumban las grandes fortunas sino incluso las jubilaciones que pasan los fondos de pensiones, el ahorrador particular partícipe de una fondo de inversión, o el hombre de clase media que tenía sus ahorros en una empresa, además de los trabajadores de las sociedades cotizadas. No lo admito porque lo que no es lógico es que los fondos de pensiones (ahora hasta el fondo de reserva de la Seguridad Social española) fíen la jubilación de sus ahorradores al un instrumento especulativo como la bolsa. Ni tampoco acepto el llanto por el pobre ahorrador particular: quien tiene para especular en bolsa es porque, una vez satisfecha sus necesidades básicas, todavía le sobra dinero. El pobrecito accionista siempre es menos pobrecito que el asalariado o el pequeño propietario de una micropyme, o que el trabajador autónomo.

Respecto a la influencia de una ‘crash' bursátil sobre el empleo, lo cierto es que es una variable que, como las anteriores, los ricos gustan de exagerar. Veamos: una empresa se preocupa de su cotización cuando quiere crecer de forma poco orgánica, por fusión o adquisiciones, o cuando quiere ampliar capital para una inversión. Las fusiones sólo benefician a los directivos y perjudican a los trabajadores, mientras los clientes se quedan a verlas venir. Respecto a las ampliaciones de capital, sí, ahí sí que la bolsa cumple un papel social, el primigenio, el genuino, el moralmente encomiable: el mercado proporciona a un empresario dinero para poder crecer y crear puestos de trabajo. Ocurre, sin embargo, que de todo el dinero que se mueve en bolsa, las ampliaciones de capital o apelaciones al mercado no alcanzan el 3% del total de renta variable. El resto es mercado secundario, especulación pura y dura.

Vamos ahora con el mercado inmobiliario. Si pincha la burbuja y bajan los precios resultará estupendo para quien quiere compran un piso y formar una familia, que realmente quien lo necesita. Perderán los de la segunda, tercera y cuarta vivienda, los especuladores y las inmobiliarias, perderán los que quien vender una vivienda –es decir, los que ya la tenían- perderán los fondos inmobiliarios, es decir, quien ha convertido el ladrillo en una activo mobiliario. Perderá el especulador de suelo, el más peligroso de todos, por cuanto los promotores ya no compran suelo a cualquier precio. El mercado ya no le quita los pisos de las manos.

Por contra, no perderá quien posee una vivienda en propiedad donde reside con los suyos, porque la utiliza para eso, para residir, no para vender. Es un propietario, no un especulador. Respecto al que está pagando una hipoteca, la caída de la bolsa no le preocupa: lo que le preocupa es el alza del precio del dinero. Y por cierto, una bolsa boyante suele resultar inflacionaria, y la inflación sube el precio del dinero, así que un pequeño "crash" no tiene por qué ser malo para los hipotecados. Y por cierto, el que se hipotecara poder tener un hogar suele pagar rigurosamente al banco. Es más, la morosidad continúa en mínimos históricos, al menos en España.

Sí, el estallido de la burbuja inmobiliaria puede ser malo, sí… para pudientes en general y especuladores en particular.

Nota: Éste es un análisis muy poco liberal de la burbuja bursátil, pero insisto en su conclusión. El estallido de la burbuja inmobiliaria no tiene por qué ser malo para la generalidad, para la ciudadanía, antes llamada pueblo soberano.

Eulogio López