Los críticos cinematográficos se quedaron muy sorprendidos cuando recibieron un comunicado de la distribuidora del film (naturalmente Sogepac, del grupo Sogecable, es decir, don Jesús Polanco), en el que se les decía lo siguiente:

 

Por motivos de seguridad, Presidencia del Gobierno solicita los números del Documento Nacional de Identidad de los periodistas acreditados al preestreno de "Mar Adentro". Rogamos que nos enviéis a la máxima brevedad vuestros datos a cualquiera de estas direcciones o números de teléfono:…

 

Los críticos ya llevaban mal eso de que las distribuidoras registraran los bolsos del personal para buscar cámaras de grabación ocultas, pero que Presidencia del Gobierno exija la identificación de los asistentes a un pre-estreno cinematográfico parece excesivo.

 

La excusa era que Rodríguez Zapatero, el mismísimo Mr. Bean, iba a honrar con su presencia la presentación de "Mar Adentro", la película de Alejandro Amenábar que narra la historia de un tetrapléjico suicida, Ramón Sampedro, convertido en icono de los partidarios de la eutanasia. Por ejemplo, Mr. Bean.

 

Se trataba, también, de otorgar un áurea de misterio. Ya saben: la "caverna" podría intentar reventar el acto (¡Qué pena, la caverna no debe ver la tele: no se enteró!) y toda medida de seguridad es poca. No bastaba el entusiasta apoyo de los medios informativos (cuando se quiere promocionar una película en televisión no se utilizan los programas especializados, sino los telediarios, para convertir la presentación en un hecho artístico y noticioso).

 

Para que no faltara ninguna viga progre, el evento se conjugó con la presentación de Amenábar como gay oficial, en las revistas destinada al efecto: Zero y Shangai Express (observen la grafía, originalísima, chica). Al parecer, era el único que quedaba por salir del armario. En una entrevista concedida al "Boletín Oficial de la Progresía", es decir, a El País, Amenábar confiesa que le aterra sentirse observado, que quiere mantener su vida privada en privado y que no comprende cómo se ha armado tanto revuelo. Por eso, sale en Zero, una revista que no se lee: simplemente sirve para computar el número de salidas del redicho armatoste.

 

Y todo este montaje político-mediático, con la seriedad propia de un hecho objetivo. Por ejemplo, el paradigma del periodismo objetivista, el diario El País, titula con el asepticismo propio del caso: "Amenábar emociona y entusiasma en el estreno de ‘Mar Adentro'". Los progres, ya saben, son muy cursis. En cuanto algo huele a muerte se emocionan de tal forma que lloran lágrimas de piedra.

 

Allí estaba Mr. Bean, para comentar, entusiasmado, que la película constituía "un canto a la vida desde la muerte". Yo, qué quieren que les diga. La frase es una de esas tontunas marmóreas que recuerdan el genial discurso de Mr. Bean ante el cuadro de "La Madre de Whistler", que dio lugar a su primer largometraje. El genial mimo Rowan Atkinson interpreta a un bedel que se tiene que hacer pasar por un experto en arte, describiendo el cuadro impresionista. Al final, lo único que se saca en limpio es que el mérito del gran James Whistler consistía, según el profundo análisis de Mr. Bean, en haberse tomado la molestia de hacerle un retrato a su mamá, una "bruja" de mucho cuidado.

 

Hemos pasado del lenguaje cantinflesco del primer Felipe González, al lenguaje ‘atkinsoniano' de ZP: ¿Un canto a la vida desde la muerte? ¿No será al revés? La historia de Ramón Sampedro es un canto a la muerte, desde una vida desesperada y desaprovechada. Por eso, los tetrapléjicos son los que más cabreados están con Ramón Sampedro y Amenábar, porque el 99% de ellos considera que el capricho de Sampedro les va a traer desprecio social, menor financiación y más depresión en su dolor.

 

Pero Mr. Bean es un insensato, así que se dispone a aprovechar el film de Amenábar para legalizar la eutanasia en España. Que se preparen los viejecitos con hijos no especialmente cariñosos. Esto promete. En el montaje de la noche del jueves 2, se repetía que el Gobierno va a realizar una encuesta entre los españoles (ya saben, el resultado depende de cómo se formulen las preguntas). Pues bien, esa encuesta representará otra de las contradicciones flagrantes de los progres. Si la eutanasia fuera un derecho, y no un homicidio, debería legalizarse, aunque  todos los españoles estuvieran de acuerdo en prohibirla. Pero supongo que la naturaleza de los derechos humanos resulta demasiado compleja para Mr. Bean. El problema es que eutanasia no es un derecho, es un brutal homicidio de un ser que ya no es útil para la sociedad. Que ese homicidio haya sido buscado por la víctima es lo de menos. Además, en la eutanasia siempre hay dos víctimas: el eutanasiado y el eutanasiador. Ambos son víctimas y homicidas, a ambos les gusta la muerte.

 

Lo del jueves constituyó el desembarco del Gabinete socialista en una sala de proyección: nada menos que seis ministros. Sólo faltaban las Brigadas Internacionales. Es el comienzo de la gran campaña para legalizar la eutanasia en España. Por eso, como toda campaña en contra de la vida humana, sembrar la confusión es fundamental. Por ejemplo, El Mundo, progresía de derechas, y por tanto valedor de Sampedro, de Amenábar y de Mr. Bean. En este caso, se juega con los conceptos de eutanasia pasiva y eutanasia activa, de la misma forma que en la barbaridad del aborto se ha jugado con el aborto a plazos, o contra la tontuna de distinguir entre despenalización y legalización, o de la misma forma que en materia de células se jugaba con la real y definitiva distinción entre células madre adultas y células madre embrionarias, reduciendo la denominación a "células madre", sin más aclaraciones.

 

Pues bien, dice El Mundo que la eutanasia pasiva consiste en "dejar que el enfermo muera sin encarnizamiento terapéutico", mientras que la eutanasia activa es "aplicar fármacos u otras medidas para acelerar la muerte y evitar el sufrimiento". Pues, supuesto y no admitido que la eutanasia pasiva fuera eso, la Iglesia y la ética no sólo la admiten sino que la aplauden. Un medicamento que palíe el dolor aunque acelere la muerte (la clásica morfina es el arquetipo de esta hipótesis) se puede y se debe proporcionar al enfermo. Es más, es la orden hospitalaria de San Juan de Dios la que se ha especializado en los llamados cuidados paliativos, que no son otra cosa que la práctica de la medicina con enfermos terminales.

 

Pero la eutanasia activa no consiste en aliviar el sufrimiento en los últimos momentos de vida, sino en matar a un tetrapléjico, o similar, que podría vivir muchos años y hacer muchísimas cosas hermosas. Y encima, liando a un tercero, y encima, con el manto moral que otorga la legislación, y encima, en no pocas ocasiones, a espaldas del protagonista, y encima, con el peligro inminente de ampliar este crimen organizado a otros miembros más débiles de la sociedad. Así, como comentábamos el jueves 2, Holanda, país pionero en la eutanasia, ya está pensando en matar niños para evitarles sufrimientos. Y luego irán los disminuidos psíquicos y los paralíticos cerebrales, luego los dementes, y luego los cojos, los ciegos, los sordos. Una repugnante sociedad eugenésica. Queremos el hombre perfecto, el superhombre de Nietzsche, para quien el crucificado era una provocación. Los débiles molestan, mejor darles una muerte, eso sí, muy digna.

 

Hay que reconocer que la eutanasia no es mal camino para estabilizar los sistemas de prevención social y para reducir el gasto público en pensiones. Pero, no sé, quizás resulte una solución demasiado drástica.

 

Luego está el canto a la cobardía. Amenábar ha utilizado su indudable talento para convertir a un villano en héroe. Sampedro no es un héroe. La eutanasia no es más que un suicidio por miedo a la vida, por desesperación. Y el suicidio es (Chesterton, "dixit"), el peor de los homicidios. Y todos los males, todos los pecados, todas las salvajadas del hombre conducen o acercan al único mal: el homicidio. La eutanasia no sólo es un suicidio, es un suicidio tan cobarde, que introduce un segundo culpable, el médico o asistente. El eutanasiado no se tira por el balcón, pongamos por caso. El eutanásico transfiere a otro la responsabilidad porque ni tan siquiera es capaz de superar el instinto de supervivencia, lo único que le une a la vida, por tanto, lo único que le une a la razón, a la libertad y a la condición de persona. Y no sólo eso, sino que, además, exige el aplauso social por su cobardía y compromete a las conciencias de todo el cuerpo legislativo. O sea, el antihéroe… como Mr. Bean.

 

Bueno, salvo lo de aplauso social, de eso se encarga Polanco.

 

Eulogio López