Justicia espectáculo, o justicia televisada, son las que han creado los jueces estrella, denostados dentro de la profesión pero muy queridos por la clase política, especialmente si son afines a sus tesis. Así, el ministro del Interior -el de Justicia, Fernández Bermejo, no es asequible a tareas que precisen finezza-, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha pactado con el responsable de Justicia del Partido Popular, Federico Trillo, que el muy progresista juez Baltasar Garzón se convierta en presidente de la Audiencia Nacional, en sustitución de Carlos Dívar, ahora presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo.
Para Trillo, la presencia de Dívar en el máximo organismo es garantía de influencia en la justicia, dado que le considera uno de los suyos. No todos piensan igual, y fallos como el conocido en la mañana del miércoles sobre Educación para la Ciudadanía. Pero en el PP son así.
Rubalcaba se mueve rápido, porque sabe que Baltasar Garzón, un juez tremendamente útil al PSOE, capaz de cualquier cosa si hay una cámara de televisión delante, amenazaba con abandonar la audiencia y la carrera, y dedicarse a impartir conferencias, a los organismos internacionales -humanitarios, naturalmente- y otras bien remuneradas funciones globales para un hombre tan sensible como él a la injusticia. Pero eso no significa que Rasputín Rubalcaba lo tenga fácil. Por de pronto, Garzón tiene muchos enemigos, y el más conocido de ellos es el más joven, otro juez-estrella, el del 11-M, Javier Gómez Bermúdez.
Y no sólo él. Todos aquellos magistrados amantes de la discreción en su trabajo reprueban a un Garzón mediático y atrabiliario.
En cualquier caso, en la Presidencia de la Audiencia se manda más y se trabaja menos. Esto es, un cargo a medida del superjuez.