• El grupo farmacéutico traslada sus negocios a Dublín en busca de ventajas fiscales y regulatorias.
  • Es el mismo procedimiento de las multinacionales de Internet para desviar sus ingresos al país que más convenga.
  • Y eso que el presidente de Grifols quiere que Cataluña sea un Estado como California.
Sorprendente que el grupo farmacéutico catalán Grifols, conocido por las ansias independentistas de su presidente, Víctor Grifols (en la imagen con su Artur Mas), se deje llevar por la misma tendencia que las multinacionales, como Google o Apple, para pagar menos impuestos. Es eso lo que pretende al trasladar a Dublín su sede operativa. En otras palabras, ha derivado a ese país la mayor parte de su gestión para aprovechar las ventajas fiscales y la mayor flexibilidad regulatoria de la isla. Ojo, que las razones son las mismas que esgrimen las grandes compañías de Internet para esconder sus ingresos en el país que más les convenga. Lo ha denunciado recientemente la OCDE, que calcula que evaden de ese modo uno 100.000 millones de impuestos al años. Los argumentos de esas grandes corporaciones son los mismos en los que ahora se aliena Grifols. Lo dijo con bastante claridad la semana pasada el vicepresidente financiero de Grifols, Alfredo Arroyo, durante la inauguración de su nuevo centro en uno de los parques empresariales de Dublín: "Somos una compañía global y ubicamos las operaciones donde más conviene desde el punto de vista de negocio". La inversión en Irlanda ha sido de 88,4 millones. La gran ventaja no es otra que el pago del Impuesto de Sociedades. Mientras en España está en el 28%, en Irlanda, en el 12,5%. Y esa es la razón, no otra, que lleva a Grifols a Dublín, la misma que ha conducido también a las multinacionales a tributar allí, en Luxemburgo (con trajes fiscales a medida) o a Holanda. Todo queda al margen de que la sede central sigua en la muy catalana Sant Cugat del Vallés de Barcelona, del mismo que la Google la tiene en la muy cosmopolita ciudad de San Francisco. Tengan en cuenta que los ingresos anuales de la farmacéutica se acercan a los 3.500 millones. Todo lo dicho no tendría más importancia si no estuviera precedido de los gestos del presidente de Grifols a favor de la independencia de Cataluña, al contrario que otros empresarios catalanes de renombre (Rosell, Bonet, Oliu o Fainé) que se han pronunciado en sentido contrario. Sin embargo, ¡que cosas!, el consejero catalán de Empresas, Felip Puig, en vez de fijarse en la teórica insolidaridad del gesto de Grifofs, ha dicho que la culpa está en la poca autonomía financiera de la que goza Cataluña. Vamos, que "con mayor autonomía fiscal, seguramente esto no hubiera pasado". Las quejas del patrón de Grifols han tenido, tradicionalmente, una doble vertiente: ha lamentado, por un lado, la legislación española, que plantea más problemas que facilidades para su negocio, y no ha dudado en apoyar a Artur Mas por el proceso soberanista. Respecto a lo primero, ha llegado a decir que Grifols sería más grande que Pzifer si fuera una empresa alemana, no catalana, quejándose de la desventaja competitiva por el origen geográfico de los laboratorios. "No pienso invertir ni un euro ni en Cataluña ni en España", dijo en 2013.  Y remató añadiendo después que "o cambian las cosas, o lentamente nos iremos marchando desde España a EEUU". Y respecto a los segundo, Víctor Grifols no ha disimulado nunca su afinidad con las tesis independentistas. En abril del año pasado, antes de la fracasada convocatoria del referéndum del 9-N, animó a Mas a no arrugarse por la críticas y a actuar con "firmeza y determinación". Para disipar cualquier duda, declaró a los días en la cadena americana CNN que "si Cataluña pudiera convertirse en California, que es un Estado, un Estado federal que pertenece a los Estados Unidos, entonces votaría sí". Pero todo esto, como digo, es una cosa, y otra, pagar los impuestos donde más barato salga. Prefiere pasar por ventanilla en Irlanda a hacerlo en España a en un hipotético Estado catalán (lo cual prueba que tampoco se lo cree demasiado). Eso, la pela, son palabras mayores, oiga. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com