Dice la teoría financiera que una sociedad sólo debe repartir dividendos por la cantidad de sus beneficios que no sea capaz de reinvertir a una tasa de rentabilidad (ROE) superior al coste del capital porque de ese modo creará valor para el accionista. Esto, dicho en humano, no es más que decir que la sociedad sólo debe retener los beneficios que pueda dedicar a algo más rentable que lo que exigen los accionistas por dejarle el capital, en caso contrario debe entregárselos para que ellos los inviertan en otra cosa, puesto que dicen que son capaces de obtener dicha exigencia o coste de capital.

El problema es que el coste del capital no es igual para todos los accionistas, los hay que no sabrían qué hacer con el dinero, ni todos los accionistas quieren invertir, los hay que quieren el dividendo para vivir. Tal vez por eso se pusieron de moda los esquemas de ‘scrip dividend’, ya saben lo que nos gustan a los financieros los anglicismos, para de ese modo conjugar los intereses de todos y cada uno de los accionistas. Era un modo de acabar con el café para todos. En el esquema de ‘scrip dividend’ el tenedor de títulos de la compañía elige si quiere reinvertir en nuevas acciones o llevarse calentito el dividendo de marras.

Esto se complica en el caso de la banca por las exigencias de recursos propios mínimos. Es posible que un banco no tenga planes de inversión bien remunerados que aconsejen retener los beneficios o, al menos, una parte de los mismos. Sin embargo, el incremento de las exigencias por parte del supervisor le obliga a retener los beneficios para cumplir con esas exigencias que pueden venir bien de un aumento relativo de lo requerido por las autoridades, bien simplemente de la inflación.

No sabemos si es que doña Patricia no le sienta bien al banco o son las mayores exigencias de recursos propios por mayores coeficientes, por inflación o por ambas cosas, los que le están obligando a realizar malas inversiones que van deteriorando el precio de la acción

El aumento relativo de lo requerido por las autoridades son los denominados coeficientes de solvencia: no es lo mismo que yo, regulador, le diga que un 8% de su inversión deben financiarlo sus accionistas que le diga que debe ser un 10%. La inflación opera de otro modo: para prestar la misma cantidad en términos de poder adquisitivo hay que prestar cada vez más y, por tanto, el supervisor me pide más capital. Otra cosa es si queremos crecer en términos reales, pero a eso ya nos responde el comienzo de este artículo: sólo si el ROE de las nuevas operaciones superan al coste del capital debe retener beneficios.

El Santander cotiza por debajo de su valor en libros, en concreto a 0,6. Lo que nos viene a decir que la rentabilidad que está obteniendo a su inversión es un 40% inferior a la que exigen sus accionistas por los capitales aportados a la sociedad. La rentabilidad que el Santander ha obtenido desde 2017 hasta ahora ha defraudado a sus accionistas año tras año, como demuestra la caída de esa relación entre su precio y su valor en libros o valor contable. Así en 2017 era del 1,32 y desde entonces ha caído año tras año hasta el valor que le decía antes: 0,6. Es verdad que tal vez no sea justo comparar con el año 2017, en el que el Santander dio un auténtico respingo en sus ratios de rentabilidad como consecuencia de la absorción del Popular, tras el proceso de resolución y adjudicación de esta entidad al banco que nos ocupa. Pero vamos, que para el caso es lo mismo, porque desde el 0,92 de relación precio/valor en libros de 2015, primer año de doña Patricia al frente del banco, la relación no ha hecho más que caer a pesar de subidas ocasionales. Así que no sabemos si es que doña Patricia no le sienta bien al banco o son las mayores exigencias de recursos propios por mayores coeficientes, por inflación o por ambas cosas, los que le están obligando a realizar malas inversiones que van deteriorando el precio de la acción. El caso es que el precio de la acción ha caído en los últimos cuatro años un 25%, si bien se ha recuperado desde los mínimos minimísimos que se alcanzaron en la primavera de 2020, cuando llegó a cotizar por debajo de los 2 euros. Ayer, Santander anunció un incremento del dividendo del 39% así como un programa de recompra de acciones con el que devolver recursos a sus accionistas, al margen de dichos dividendos. El mercado se ha tomado bien la noticia y el título subió en la jornada un 1,75% frente a la caía del Ibex-35 en un 0,37%. Vamos que el mercado ha recibido bien la noticia.

Está claro que la dirección, y así lo entiende también el mercado, ve que muchos de los recursos del banco donde mejor están es en el bolsillo del accionista. Si una parte de los recursos de los accionistas en manos del banco destruyen valor, porque la rentabilidad que se les obtiene es escasa, mejor devolverlos. Y eso es lo que ha anunciado el banco y el mercado corroborado. El caso es que el título lleva una buena subida este año (+26%).

Esto es bueno para el accionista. No tal vez para el equipo directivo del banco, porque un banco menor siempre es más fácil que sea comprado por un competidor, pero unos buenos directivos se deben a sus accionistas.

Esperemos que Hacienda también tome nota y entienda que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente y que no hay que estar todo el día buscando motivos de gasto.