Que Ryanair haya enviado cheches incobrables, por falta de firma, a clientes que no pudieron volar con la low cost parece un sarcasmo. Vamos, que esos clientes, en fin, no viajaron pero pagaron, lo cual exige una lógica compensación.

A cualquier compañía normal hasta se le puede perdonar. A la irlandesa, no, por muchos motivos, aunque que diga que todo el enredo se debe a un fallo administrativo. Básicamente, llueve sobre mojado contra la aerolínea, acostumbrada a la chapuza, con un mandamás excéntrico,  Michael O’Leary (en la imagen), dispuesto a todo para no pagar como debe a sus empleados.

Insiste en aplicar la legislación de Irlanda a los trabajadores de otros países, contraviniendo no sólo el derecho laboral, también el sentido común. Por eso lleva el verano que lleva entre huelgas y cancelaciones de vuelos, con los inevitables daños colaterales para los viajeros.