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«La historia de la humanidad es la historia de los imperios universales», según el filósofo Gustavo Bueno. La humanidad en sí misma no es un ente, no es una plataforma con una voluntad unívoca que camina hacia un horizonte indefinido. La humanidad es incapaz de crear, ni tan siquiera de controlar el sentido de la humanidad para formar un bloque histórico.
Hoy, gracias a la globalización buena -aquella que nos permite disfrutar a todos de las tecnologías o de los avances científicos, por ejemplo-, nos pone en una posición muy ventajosa para ser espectadores de primera fila y contemplar en tiempo real lo que está sucediendo ahora mismo en el mundo. Podemos sacar una conclusión bastante acertada siempre y cuando sepamos distanciarnos de la capa nemotológica, ya saben, la que crea las nebulosas propagandísticas desde los medios de comunicación a través de noticias incompletas, tertulianos expertos o charlatanes televisivos que se dedican única y exclusivamente a crear el manto superficial, generando confusión de lo que existe más allá de nosotros mismos. De esta forma, al final tenemos a una sociedad que no tiene un gramo de conocimiento real de lo que sucede pero que sin embargo están dispuestos a matarse por un partido u otro, por Hamás o Israel. Son capaces de dar su vida por algo que desconocen y que no saben cómo les va a afectar en el futuro.
EEUU, el imperio hegemónico desde la Segunda Guerra Mundial y el que maneja a Occidente pero que se enfrenta a otros imperios no menos poderosos (Rusia, China e Irak). Ninguno de ellos son actores inocentes de lo que está sucediendo en Ucrania ni entre Israel y Palestina
Pero bajo esa capa superficial existe un movimiento real de los imperios que sí existen y están con las espadas en alto. Estados Unidos, el imperio hegemónico desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido y es el que trata de mantener los límites de su imperio e incluso aumentarlos. Es el imperio que maneja a Occidente pero que se enfrenta a otros imperios no menos poderosos, algunos de ellos incluso emergentes con una gran fuerza. Estamos hablando de Rusia, China e Irak, en la que ninguno de ellos son actores inocentes de lo que está sucediendo en Ucrania ni de lo que está pasando ahora mismo entre Israel y Palestina. Todos tienen sus propios intereses y todos son capaces de crear alianzas que forjen los beneficios imperiales con los que manejar la guerra, las finanzas o las tecnologías, que en estos momentos dominan el movimiento industrial social y económico de los mundos avanzados.
El foco de Ucrania es una guerra artificial provocada por Estados Unidos y que a Rusia le viene bien para marcar terreno. Una guerra al puro estilo americano, lejos de casa, donde mueren otros y sacan pingües beneficios. Como imperio que es, maneja sus poderes, entre ellos los países sometidos por su influencia, como es Europa. Pero no olvidemos que esta guerra que está perdiendo Rusia -eso dicen-, ha removido la caja de los truenos y renovado ciertos acuerdos y alianzas entre China e Irak, formando un eje muy poderoso que pone en entredicho la fuerza diplomática, bélica e incluso económica estadounidense.
Los movimientos no cesan. Putin visita a Xi Jinping en Beijing, mientras que Joe Biden viaja a Israel coincidiendo con el calendario. Una vez más, nos encontramos con el entramado propuesto del Nuevo Orden Mundial (NOM) para Occidente, mientras que el viejo orden se rebela e impone sus límites al nuevo, y lo frenará por todos los medios antes de que sus propios sistemas se desestabilicen por la presión del imperio contrario.
El foco de Ucrania es una guerra artificial provocada por Estados Unidos y que a Rusia le viene bien para marcar terreno. Una guerra al puro estilo americano, lejos de casa, donde mueren otros y sacan pingües beneficios
Es evidente que los choques tectónicos de los imperios generan cambios mundiales que nos afectarán de una forma u otra. Una Europa en decadencia, donde sus fundamentos son el dinero y la legislación asfixiante que roba soberanía a los países que la conforman, y la dependencia energética e industrial radicada en países de fuera de sus límites geográficos, nos pone a los pies de los caballos de lo que suceda en un mundo en conflicto creciente. Una Europa adormecida que ha admitido, cuando no planificado y obligado, el caballo de Troya de la inmigración islámica con la consecuencia de la imposición cultural que esto conlleva, y que no sabe ahora resolver, hace que cada día sean más llamativos los fenómenos que suceden en Francia, España, Suecia, Holanda… No eran tan tontos ni tan racistas los húngaros ni los polacos como nos quieren hacer creer desde Bruselas. Puede que tuvieran ideas propias -¡anatema sea!-, pero tontos no. Posiblemente la lección de prudencia que nos han dado haya provocado la ira de la Cámara europea por pura soberbia, de ahí las penalizaciones a las que les someten.
La Tercera Guerra Mundial está en marcha. Hay un conflicto bélico en el corazón de Occidente, otro en Oriente, y se está preparando el del foco asiático, que no tardará en aparecer entre las tensas relaciones entre China y Taiwán, donde la India -todavía sin tomar partido-, se ha convertido en una potencia emergente y de la que dependen, entre otros, los programadores informáticos del primer mundo, y que cuenta con una población activa de 1.440.112.017 habitantes.
Una Europa adormecida que ha admitido, cuando no planificado y obligado, el caballo de Troya de la inmigración islámica con la consecuencia de la imposición cultural que esto conlleva, y que no sabe ahora resolver, hace que cada día sean más llamativos los fenómenos que suceden en Francia, España, Suecia, Holanda…
Termino con la frase de Bueno porque debemos afrontar la realidad: «La historia de la humanidad es la historia de los imperios universales» y nosotros somos peones manejados por la tormenta de los intereses imperiales.
2100: Una historia del futuro (Harper Collins), de Borja Fernández Zurrón. 2100 se perfila como un escenario en el que un nuevo orden planetario desbancará a EEUU del primer puesto, y llevará a países como la India o a continentes como África a convertirse en las nuevas grandes potencias. Un mundo nuevo forjado a partir del desastre que vaticina el convulso tiempo en el que vivimos, pero que augura un futuro esperanzador, donde el ser humano pueda edificar de nuevo sus sueños.
El fin del Imperio de España en América (Sekotia), de Cesáreo Jarabo Jordán. Puede que alguien tache este artículo de ingenuo pero el imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad ha sido el español y conocer la destrucción de este imperio a manos del Imperio inglés nos pone en sobreaviso de que no hay nada eterno por muy poderosos que sean sobre la tierra. Lectura muy recomendada y éxito de ventas desde su aparición en las librerías en febrero de este mismo año.
La encrucijada mundial (Ariel), de Pedro Baños. Las fórmulas del siglo pasado ya no son válidas. Hemos entrado de lleno en la era digital, una verdadera revolución industrial, económica y social, cuyos efectos apenas empezamos a vislumbrar. Un mundo regido por la inteligencia artificial, con ordenadores cuánticos, sorprendentes avances en biotecnología y neurociencia, y en el que hasta los objetos más cotidianos estarán conectados a internet.