• Los problemas del hombre actual se resumen en el aforismo: "Yo no me arrepiento de nada".
  • De esta forma, negamos la evidencia primera: que somos pecadores. Y entonces es cuando no entendemos nada.
  • Pablo VI: "el pecado del siglo XX (y del XXI) es la pérdida del sentido del pecado".
  • Y de ahí hemos pasado al siguiente nivel: la blasfemia contra el Espíritu Santo. Es decir, lo malo es bueno y lo bueno es malo.
  • Curioso: cada vez son más los no-cristianos que creen próximo el fin del mundo.
Ayer, Jueves Santo, decía que estamos ya metidos en la batalla final, que es batalla eucarística. Y, también, que es el momento de elegir.

Dios no pierde batallas pero Su Amor es exigente, y no hay amor sin sacrificio. Tenemos horror al sacrificio porque hemos perdido el sentido del pecado y, con él, el significado de la Semana Santa, toda entera, y de la redención del hombre. El aforismo de moda en el siglo XXI es el "yo no me arrepiento de nada". Hay que complementarlo con otro, cuyo autor es Pablo VI, ya en la segunda mitad del siglo XX: "El pecado del siglo XX es la pérdida del sentido del pecado". Es decir, que el hombre actual niega la evidencia… y no entiende nada.

Por esa confusión, muchos están convencidos de que vivimos en el poscristianismo. El hecho de que los hombres pasaran de paganos a cristianos en casi un instante, así como la pasión, redención y conversión casi inmediatas, nos parece algo tan perteneciente al pasado remoto como vestir con toga y sandalias. Pero es que el hombre de antaño sí tenía sentido del pecado y la gracia de dios operaba sobre un sentido del pecado ya asumido. Ahora no es así: nadie se arrepiente de nada.

Un periodista me comentaba que él no podía concebir a un Dios pendiente de su palabra. Es decir, no podía concebir a un Dios pendiente de la palabra de la creatura, de él mismo. Y así hemos llegado a una sociedad, no poscristiana, pero sí ajena al cristianismo. La falta de sentido del pecado no es más que un problema de orgullo, sólo que no hay problema mayor que el orgullo.

En los dictados de Jesús a Marga, el Redentor le dice a la profeta madrileña  cosas tan fuertes como las siguientes:
"En los días de la gran tribulación los hombres convivirán con demonios". Pero, al mismo tiempo, exclama: "Ya falta poco: alegría, alegría, alegría. Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación".

La gran tribulación a cuyas puertas nos encontramos no es una mala noticia: es dura pero es formidable. Los fieles a Cristo van a ganar la batalla… aunque, en el entretanto, deban convivir con demonios, vecinos no especialmente simpáticos. Lo que ocurre es que Dios nunca miente y, por tanto, no tiene la menor intención de rebajar la gravedad de la situación: "Margarita, el mundo está podrido, se pudre por dentro, en cada corazón de cada hombre".

Helado me quedé cuando el pasado miércoles 16, una de las empresarias más poderosas de España, para nada conocida como cristiana en los medios informativos, en los que trabajo y me muevo, me trasmitió su convicción de  que la sociedad estaba podrida y que ella creía que estábamos llegando al fin del mundo. Al parecer, esta mujer puede que desconociera la terapia pero sí tenía claro el diagnóstico. Porque si no todos ven la cura contra la corrupción son muchos, cada vez más, también los apenas practicantes, quienes certifican que el recipiente de la corrupción social está a punto de reventar.

Sólo que la corrupción social no es otra cosa quela suma de las corrupciones individuales. Es decir, que el mundo está podrido porque está podrido por dentro: en cada corazón de cada hombre.

¿También en el seno del cuerpo místico También. Y así: "¿Qué creéis que os quiero decir cuando os digo que 'en el seno de la Iglesia se ha colado Satanás'" (otra sentencia del gran Pablo VI). Pues quiere decir nada menos que esto: "La Iglesia, bajo apariencia de bien, promoverá doctrinas que son del Maligno".

Y a continuación el consejo a Marga: "Desprendeos, desprendeos de todo. ¡Alejaos! ¿Por qué mezclaros con ellos ¡Alejaos! Aunque sean de vuestra propia familia: promueven ideas que son del Maligno".

¿Cómo hacer compatible esa expansión de doctrinas satánicas con la prometida asistencia permanente del Espíritu Santo a la Iglesia. Pues no dejándose llevar por la soberbia. No se trata de convertirnos en Papa ni en obispos, que es la tendencia habitual, especialmente en el sector hispano de de la Iglesia, ni de creara iglesias paralelas a la oficial. El depósito de la fe está asegurado hasta el final de los tiempos en manos de esa iglesia que, con cierto retintín, calificamos de oficial. El problema es otro.

En estos tiempos, el viejo don del discernimiento de espíritus –así lo llamaban los clásicos- se ha convertido en el más necesario y difícil de todos. En otras palabras, vivimos los tiempos de la Blasfemia contra el Espíritu Santo, que viene después de la era del relativismo.

Ya no se trata de que muchos confundan el mal con el bien –eso es lo propio del relativismo- sino de algo peor: el problema es que nos hemos empeñado en llamar bien al mal y mal al bien. Un ejemplo, muy de actualidad, muy periodístico: la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste en asegurar que el aborto, no solo no es el asesinato del inocente sino que incluso es ¡un derecho! No sólo es un mal permisible, es un bien. La blasfemia contra el espíritu santo es el mundo al revés.

Respecto a la Iglesia institucional, de nuevo volvemos a la necesidad de evitar la soberbia. Los cristianos no somos críticos, somos discípulos, especialmente del Vicario de Cristo en la tierra, del Papa. Dios no puede mentir, ni desdecirse, ni cambiar. El Papa no se equivoca en lo importante.

Por eso, la gran tribulación no consistirá en un Papa malicioso, sino en un cisma, donde la verdadera Iglesia será la iglesia las catacumbas. Así se cumplirán las dos promesas de Cristo, aparentemente incompatibles. La falsa iglesia no será la Iglesia real, la primera triunfará, hasta el fracaso del Anticristo. La segunda iglesia, la verdadera Iglesia de Cristo, será perseguida y soterrada, pero seguirá salvando el depósito de la fe… y de la eucaristía.
Las dos afirmaciones divinas –la Iglesia es infalible y desde el seno de la iglesia se expandirán doctrina del Maligno se hacen compatibles y complementarias.

Así pues, el ataque final a la iglesia no será una herejía, sino un cisma. Como, dicho sea de paso, y ya metidos en harinas sociológicas y periodísticas, corresponde a una era de pensamiento débil. La herejía es cuestión mucho más seria pero el cisma es más peligroso para las almas.

En cualquier caso, se acerca al castigo y el martirio, pero sólo para un resurgir de la cristiandad, para lograr una sociedad justa. Igualito que la pasión de Cristo: primero, dolor y muerte; a los tres días, resurrección gloriosa.

¡Alegros, alegraos, alegraos!

Eulogio López
eulogio@hispanidad.com