A mí no me importa que el presidente del Gobierno, señor Rodríguez Zapatero, nos deje a los españoles en ridículo allá donde va.

Nunca he votado al PSOE -y no recuerdo si alguna vez voté al PP pero fue hace muchos años- porque lo que no asumo mi responsabilidad por presentar ante la comunidad internacional a un presidente tal como éste. Ahora bien, lo que más me fastidia es que sea tan cursi. Eso lo llevo mal, lo reconozco.

Que afirme que se acaba la era de los combustibles fósiles, la del carbón y el petróleo, cuando lo cierto es que nos queda petróleo para mucho tiempo y que las existencias de carbón se multiplican y los avances técnicos para que ese carbón no contamine son lo que más ha avanzado en materia energética, sólo demuestra su estulticia, que no es fruto de su conocida ignorancia sino de su necesidad de justificar el dinero público entregado a las grandes fortunas españolas para que produzcan una energía solar absolutamente ineficaz y carísima y a cambio él, ZP, pueda presentarse a los electores como un líder verde.

Todo esto olvidando, además, que hay un combustible casi-fósil llamado nuclear, producto, además, de la materia prima más selecta de la economía mundial, la razón humana, que no contribuye al calentón global y que permite la mejora del nivel de vida de los pobres.

Todo eso se lo perdono a ZP. Lo que no le perdono es eso de que la tierra no pertenece a nadie salvo al viento. Pero este hombre, ¿cómo puede ser tan cursi? Además, si el viento es el gran amigo de la desertificación. La presidencial horterada, no sólo es una ñoñez progre sino que forma parte de esa macedonia mental moderna incapaz de describir la naturaleza de las cosas aunque las tenga delante de sus morros. En otras palabras, las cosas son de quienes las fabrican y de quienes las adquieren, estos últimos en calidad de usufructuarios. La tierra, por tanto, puede ser de su creador -sea quien sea- o de su usufructuario, que es el hombre. El ser racional es libre, es el único que tiene derecho a usufructuar la creación, a sentirse propietario de la tierra, aunque pese sobre él lo que Juan Pablo II denominó una hipoteca social. El creador tiene el título de propietario de la tierra, el hombre puede sentirse propietario de la misma; el viento, jamás de los jamases; el cursi, sólo es propietario de su ridículo.

Eulogio López

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