No, no tiene razón la estupenda página mexicana www.yoinfluyo.com cuando asegura, en su último número, que la Iglesia Católica no condena la homosexualidad.

Sí que la condena como un desorden intrínsecamente antinatural. Traducido al román paladino, la homosexualidad no es una enfermedad, es una degeneración, no es una patología, es una inmoralidad. Otra cosa es que, desde que el mundo es mundo, el pecado suele producir enfermedades, y la homosexualidad ha producido sida.

A quien la Iglesia no condena es a las personas, esto es, condena la homosexualidad pero no al homosexual, al que, sencillamente, llama a la conversión. Y si por su pasado -el homosexual no nace, aunque en el hombre, mezcla de cuerpo y espíritu, la química también influye, el homosexualidad se hace- tiene, en efecto, tendencias homo, la Iglesia le exige que las reprima, de la misma manera que al casado le exige que reprima su tendencia a ayuntarse con quien no es su esposa.

El matiz es importante, porque el cristianismo, especialmente en la sociedad de la información, de la excesiva información, donde la primera muestra de caridad consiste en no publicar datos inútiles, debe guiarse por el principio de las dos máximas: máxima caricia y máxima claridad.

Eulogio López  

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