Si el acuerdo entre Zapatero y Mas es aceptado por el Tripartito, habrá remodelación gubernamental. El PSOE pasaría a tener dos socios: CiU en Madrid y ERC e IU en Cataluña. Maragall está feliz: con el acuerdo, la sombra de Montilla ya no es tan alargada: no habrá elecciones anticipadas en Cataluña. Felipe González propone una gran coalición entre el PSOE y el PP

Si ya lo decía Miguel Barroso, que mantiene su influencia en Moncloa: mira Presidente que te equivocas, que Carod es odiado en toda España, que ERC huele en todo el país salvo en Cataluña, y no precisamente a rosas. Hay que cambiar de socios.

Lo cierto es que cambiar a ERC por CiU no era tan sencillo : por de pronto, exigía un larguísimo y arriesgado proceso, que pasaba por romper el Tripartito y convocar elecciones anticipadas en Cataluña y, quizás, luego, en España. Por eso, el Presidente del Gobierno que si algo ha aprendido es que su futuro en Moncloa depende lo que pueda aislar a su único enemigo el Partido Popular-, ha decidido la solución más inteligente, o al menos las más beneficiosa para él: mantengamos el pacto con ERC en el Parlament y cambiemos de socio en el resto del país. EN el Congreso de los Diputados, con CiU, en Barcelona, con ERC, y todos tan amigos.

Y eso es lo que han acordado en la larguísima conversación del sábado, una Artur Mas que ya se veía de vuelta al desierto y un Zapatero que debe hacer frente a dos enemigos terribles: el Partido Popular, que ya le supera, aunque levemente, en las encuestas, y el enemigo interno, que representa Felipe González o, para ser más exactos, el felipismo, con el apéndice del actual ministro de Defensa, José Bono.

A poco que se piense, la solución intermedia es genial. O mejor, es discutible que sea buena para España, pero no para Rodríguez Zapatero. Los aspectos económicos los analizamos más adelante, pero los políticos están clarísimos: PSOE, CiU y Coalición Canaria, suman mayoría absoluta en la Cámara baja. Eso, por no contar con un PNV que ejerce de don Tancredo esperando su oportunidad soberanista, que la quieren más elevada que la del País Vasco.

En resumen, Artur Mas puede venderse como aliado en Andalucía o Madrid; Carod de ninguna forma. Es el político que más ictericia produce en toda España. Así, Artur Mas resucita del mundo de los muertos y vuelve a convertirse en imprescindible. Eso sí, si desea la Generalitat (atención a la última encuesta publicada por La Vanguardia, donde CiU crecía en Barcelona, feudo que siempre se le ha dado mal, aunque el PSC aún continúa a la cabeza en votos) tendrá que esperar a unas próximas elecciones autonómicas. No habrá adelanto electoral en Cataluña, como no se adelantarán las generales en España. Que espere Leonor, que espere la Constitución española y que espere todo.

Al mismo tiempo, mejor no tocar el Tripartito. Pascual Maragall está feliz, porque es un presidente que se apoya más en sus socios de Gobierno que en su propia formación, entre otras cosas porque sabe que, si la Ejecutiva del PC, de su propio partido, coronada por el ministro de Industria, José Motilla, tuviera que decidir un candidato a la Generalitat elegiría a cualquiera, por ejemplo al propio Montilla, menos a él. No es de extrañar que a Maragall no le guste el protagonismo de Mas, pero lo que es el acuerdo ya lo creo que le gusta. En su espacialísima jerga maragaliana, el Molt Honorable ha dicho que Zapatero ha cumplido su palabra. Ya lo creo que sí, una palabra que le mantiene en el sillón al menos hasta las próximas elecciones de noviembre de 2007.

Ahora bien, las petición de Mas no terminaban ahí. Si no pede mojar pan en Cataluña, tendrá que hacerlo en el Gobierno central. En definitiva, si el Estatut es finalmente aceptado por todas las partes (ERC gruñirá un poco como siempre, para acabar diciendo que sí, como siempre) el Ejecutivo Zapatero estará abocado a una crisis, o remodelación. El pacto no pude ser sólo parlamentario. Era curioso que en la triunfal rueda de prensa de Artur Mas en Barcelona, tras el acuerdo de la noche anterior, Josep Antoni Durán i LLeida, no se apartara del segundo lugar, justo detrás de Mas, allí donde las cámaras de TV no podían hacer otra cosa que recoger su radiante faz. En otras palabras, en Moncloa ya se acepta que, si todo sigue según lo previsto, Durán Lleida sustituirá a Miguel Ángel Moratinos en Exteriores los diplomáticos brindarán por ello, mientras una segunda cartera, por ejemplo la de Fomento, podría caer en manos de Felip Puig, el portavoz de CiU en el Parlamento. En un Ministerio como el de obras públicas sus furores independentistas se diluirán en las obras del AVE, por ejemplo.

Por tanto, Zapatero gana y CiU también. Pero no sólo gana al Partido Popular a quien vuelve a dejar bajo el síndrome de la soledad (todos de acuerdo con el PSOE salvo la derecha), sino que también vence a un enemigo no menos peligroso y mucho más sutil. Felipe González. O el felipismo.

Recientemente, para ser exactos en Berlín, González comentaba con unos próximos las andanzas de Zapatero, para quien siempre tiene reservado el mismo adjetivo : majadero. Según González, la única solución es una coalición a la alemana, es decir, un acuerdo entre PP y PSOE contra le nacionalismo. La idea de Zapatero es justo la contraria: todos los nacionalismos, más la nota de color de IU, conmigo contra el PP aislado. Mientras esa ecuación se mantenga, nadie podrá discutirle La Moncloa. Su partido podrá perder votos, España estará al borde del troceo, las cesiones fiscales rozarán el ámbito confederal pero el PP necesitará nada menos que la mayoría absoluta para regresar a Presidencia del Gobierno.

Y que no sueñe Felipe González con la rebelión de los diputados socialistas. El grupo parlamentario del PSOE es el más disciplinado de todos, y los socialistas andaluces, extremeños o manchegos, votarán lo que Alfredo Pérez Rubalcaba les ordene que voten. Y Rubalcaba ya ha dado orden a los medios informativos adictos de que saluden el acuerdo como el gran logro de la democracia. Ni el diario El País hace caso ya de González. Su editorial del lunes comenzaba así: Ha habido entendimiento entre Zapatero y Artur Mas, y lo habrá con el resto e los participantes en la negociación del nuevo Estatuto catalán. Es decir, Polanco ya ha ratificado que el acuerdo es un éxito, por lo que todos están obligados a que sea un éxito.

Y ni Manuel Chaves ni Rodríguez Ibarra han levantado la voz. Bono, desaparecido en combate. Que Zapatero no informara al Comité Federal de su Partido o de la entrevista que iba a tener con Artur Mas -seis horas de conversación- inmediatamente después, es algo que llama la atención. Y aún la llama más que Felipe González haya perdido el apoyo de Jesús Polanco y Janli Cebrián. Muy comentado ha sido el artículo publicado días atrás en el diario de prisa por Luis Yáñez, miembro del viejo Clan de la Tortilla, veterano entre los veteranos, advirtiendo a quien corresponda, es decir, a González, que los veteranos socialistas, los hombres del felipismo -no empleaban este término, naturalmente- no tenían derecho a entrometerse en la política de las nueva generación porque su tiempo había pasado.

No, Zapatero se prepara para vencer a Rajoy, pero también a González. Y para eso, necesita de los nacionalismos: cuantos más, mejor.

Su gran preocupación ahora es que no le salga un tercer enemigo en casa: se va por la vía de Bono, o sea por la vía del PSC, a quien la promesa de dos ministrables de CiU no les hace ninguna gracia por dos razones: por el hecho en sí y porque ERC se les va a cabrear. Por ejemplo, en Cataluña.