Los hechos son conocidos. España entera se conmocionó con lo ocurrido en Sevilla el pasado lunes. Un hombre circula por un barrio de la ciudad. De repente, una gitanilla sale de entre unos contenedores y se mete debajo del coche que le golpea. Al momento, surge el padre de la criatura y le mete 11 tiros al conductor, que muere prácticamente en el acto. Luego se da a la fuga y todavía, a la hora que escribo este artículo, miércoles 11, no ha sido localizado. La niña sólo tenía unas contusiones y ya ha sido dada de alta.

Un suceso desgraciado, terrible, sin duda, pero igualmente grave es lo que ha venido a continuación. Escucho en una emisora de radio de gran audiencia noche del martes 10- que en la redacción de la susodicha emisora se había debatido, supongo que mucho talante, sobre si era racista especificar en los informativos que el presunto asesino, el gran salvaje, padre de la pequeña, era o no gitano. Porque claro, eso podría dar lugar a brotes de racismo, etc., etc., etc.

Nada más políticamente correcto que el periodismo y los periodistas, lo que hace cierta la famosa frase del ínclito Alfonso Guerra. Yo no leo la prensa, porque la mitad de lo que dicen los periódicos es mentira la otra mitad no es verdad. La frase, insisto, es cierta; lo que no es cierto, no lo ha sido nunca, es que Guerra no lea la prensa: no hace otra cosa.

Servidor nació y vivió toda su infancia y adolescencia en el barrio de Ventanielles, ciudad de Oviedo, una barriada donde nunca jamás encontró ningún duque. Desde que el alcalde decidió (años sesenta y primeros setenta) ofrecer piso en aquella zona al mayor poblado chabolista de la capital, el porcentaje de población gitana creció de forma desmesurada hasta, pongamos, un 20%, de ahí no bajo. Ventanielles ya era conocida como la ciudad sin ley -también como la ciudad sin bragas, pero no quiero profundizar en este detalle-. Sin embargo, aquel salvaje oeste se volvió, con la llegada de los nuevos poblados, mucho más interesantes. Naturalmente, lo primero que hicieron los gitanos fue utilizar las bañeras que el Ayuntamiento les había proporcionado para colocar gallinas y conejos, un uso nada despreciable en aquellos tiempos donde toda la población de Ventanielles compraba a fiado en las dos tiendas de ultramarinos de la parte alta (se dice alta por decir).

¿Aumentó la delincuencia como consecuencia de la inmersión gitana en la civilización sedentaria? Por supuesto que sí. Toda la chiquillería, en especial los adolescentes, sabíamos que los gitanos eran los más violentos, que actúan siempre unidos y que sólo entendían la ley del más fuerte ¿Éramos por ello racistas? No, éramos sinceros, no éramos políticamente correctos, no éramos gilipollas, quizás porque ninguno de nosotros soñaba con escribir en los periódicos, o quizás porque la sociedad no sé si era mejor o peor, no lo tengo claro, pero era mucho menos pedante, y los maestros se llamaban señor maestro, y no ingenieros técnicos pedagógicos, y si alguien hablaba de hacer un master no le voy a decir lo que pensaríamos todos, por la misma razón antes aludida: no me agradan las descripciones escabrosas.

¿Significa eso que el señor alcalde hizo mal al ofrecer a los gitanos viviendas protegidas a precios ridículos? No, hizo muy bien. Hoy, Ventanielles se ha convertido en un barrio donde el porcentaje de chavales que van a la universidad ha crecido de forma desmesurada, y donde el mayor problema no consiste en pasar delante de una pandilla de gitanos ennavajados y salir indemne sino en conseguir aparcamiento, cosa harto difícil. Y debería haber ofrecido casa a esos mismos gitanos en la calle Uría, la mejor zona de la capital asturiana.

Claro que un periodista debe decir que el autor de una bestialidad como la de Sevilla es gitano. Es una condición importante, que implica eso que todos callamos porque todos nos hemos vuelto miedosos de ellos, es decir, políticamente correctos. Si el periodista priva de esa información a su audiencia le está privando, pura y llanamente, de la verdad, de un detalle que sí tiene su importancia, aunque la necedad del eufemismo, es decir lo políticamente correcto, aconseje ocultar la verdad. Y no sólo eso : todos sabemos que los gitanos, todavía hoy, son más violentos que el común de los mortales, y todos sabemos que la mayoría considera al payo como un extraño, cuando no como un enemigo. Son más violentos y tienen muy mala uva con todas las excepciones que se quieran, que las hay- y a nadie se le puede llamar racista por decir la verdad. La postura idónea es la de quien reconoce que, en efecto, hay que andarse con mucho tiento con los gitanos y, al mismo tiempo, hay que ayudarles a integrarse en la sociedad, a que mejoren. Lo mismo ocurre con los inmigrantes.

Por el contrario ¿qué es lo que hace el cursillo políticamente correcto?: hablar de la cultura de una etnia, cundo no de la histórica marginación de la misma. El pueblo llano, por el contrario, dice la verdad: manifiesta que son un poquito cabrones, y a partir de ahí, ejerce su libertad donde hay que ejercerla: en la opción moral, Es decir, o decide ayudar a los gitanos o decide masacrarles o ignorarles. Lo primero está bien y lo segundo mal, pero en ninguno de los dos casos se falsea la verdad. El curso policorrecto, lo único que hace es falsear la realidad con mohines versallescos, sospecho que con la intención de no hacer nada por solucionar el problema: se conforma con la tolerancia. Cuando su actitud debería ser justamente la contraria: ser intolerante cuando el gitano ataca a otras personas y echar una mano al gitano que libremente desea mejorar.

Y si no, reparen en otros casos. Es políticamente incorrecto decir que el salvaje que asesinó a tiros a un hombre es decir, el cafre que pensó primero en matar que en atender a su hija- es gitano, pero no lo es especificar que en algunos pocos, totalmente exagerados- casos de pederastia, el autor es un cura ¿Por qué no ocultar la condición de clérigo del pederasta de la misma forma que algunos miembros de tan insigne redacción periodística querían ocultar que el desgraciado de Sevilla era gitano? Pues no, no hay que ocultar ni la condición de gitano en un caso ni la condición de cura en el otro. Porque ambas condiciones sí que imprimen carácter, Y qué quieren qué les diga, en principio, con todas las excepciones que se quieran, uno prefiere vivir ente curas que entre gitanos. Que es justamente lo que les ocurre a todos los chicos de la precitadísima emisora.

Lo políticamente correcto se ha convertido en la mejor defensa contra la verdad, incluso en nombre de la tolerancia. Por cierto, no me sirve el habitual argumento en las generalizaciones. Por ejemplo, la Unión Romaní nos advierte que pagan justos por pecadores. Lo cual es un riesgo, pero el mayor riesgo de todo es la mentira. Las generalizaciones, al igual que las comparaciones, son tan odiosas como necesarias, e incluso esclarecedoras. El hombre es un ser mimético y, en un 99% de los casos, dos gitanos, al igual que dos curas, al igual que dos médicos, al igual que dos franceses, se parecen más entre sí que a un tercero. Porque lo otro, lo de suprimir la verdad, lo único que favorece es la indefensión y la impunidad.

Eulogio López