Con mi habitual despiste sobre el neolenguaje de la juventud no he reparado en el uso de un nuevo concepto semántico, harto interesante: las chonis.

Choni es una mujer -adolescente, joven o adula, lo mismo da- que viste de forma indecente y vulgar. O sea, éticamente indecente y estéticamente vulgar. O, al menos, una u otra cosa, aunque la combinación de ambas redondea la cuestión.

Para ser una buena choni hay que enseñar el taparrabos o las cuerdas del sostén. O todo a un tiempo, apretadas en licra o similar.

Para ser una buena choni hay ser indecente éticamente y vulgar éticamente. Y no es cosa de impecunes 
Se les suele atribuir a las clases bajas pero eso es un elitismo falso: he descubierto chonis entre las ejecutivas de la banca de inversión y en las diputadas. Además, la indecencia no es patrimonio de las impecunes: la alta costura y las fiestas de la muy alta sociedad resultan a veces aún más indecentes que las adolescentes de Móstoles, provincia de Madrid.

He recuperado el concepto choni ante la polémica sobre las jugadoras de Balonmano playa.

Volvemos a lo que ya explicaba en una minucia visual: los progres braman contra la vestimenta de las musulmanas y hacen bien: ese animal social que es el hombre no debe ocultar su identidad, que es su rostro, pero tan grave es ocultar el rostro oriental como mostrar el trasero occidental. El hombre, o la mujer, sin intimidad son también hombres y mujeres sin personalidad. O como decía el filósofo Jacinto Choza, La supresión del pudor es un signo de nuestro tiempo. Un signo de lo más pernicioso.

Eulogio López

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